Capítulo2: Dennis, máscaras de un carnaval eterno

Si la juventud, la lozanía y las falsas apariencias tuviesen una cara, ésa sería la de Dennis. Con su rostro redondo coronado por ligeros flequillos rubios, sus labios delgados siempre sonriendo como el gato de Cheshire y sus grandes ojos castaños capaces de pasar en un segundo de la inocencia a la travesura; Siempre fresco, siempre contento como una careta con su sonrisa petrificada en la flor de la existencia. Atlético y elástico, joven, hermoso… nadie se imaginaría que aquel encantador mozo fuera en realidad una antigua y certera criatura de la oscuridad. Pues sí, como supones, Dennis era también un vampiro, y uno de los mejores en su especie.
Todo había comenzado en un lejano día de carnestolendas, por aquellos tiempos oscuros que se pierden en las brumas de la leyenda, cuando las personas mendigaban algunos días de libertad a la Santa Iglesia para desatar en un carnaval sus deseos más mundanos. Dennis tenía veinte años y una alegría a flor de piel que encantaba a quien le conociera, nada más, o si poseía alguna otra cosa, con el tiempo la olvidó, pues para él la vida de verdad comenzó aquel martes de carnaval.
El sol acababa de ponerse sobre la ciudad y la multitud de personas que se encontraba celebrando y encendiendo antorchas para continuar la fiesta, los músicos animaban la jornada con alegres cantos al son de los cuales la gente danzaba liberando toda la endorfina reprimida en un año de mesura. En cada callejuela, en cada voz distorsionada por efectos de la cerveza, en cada pequeño espacio se percibía el júbilo desenfrenado y la exaltación de los instintos originales del ser humano. Dennis, contra lo usual, estaba consternado, sin poder participar de la juerga. Como cada año había llegado a la ciudad con el objetivo de disipar en una noche los ahorros de meses de trabajo, pero esta vez sería diferente por un encuentro fortuito que cambiaria su vida.
Lo vio en una callejuela sin salida, vestía completamente de negro y un antifaz del mismo color cubría parte de su rostro. Dennis lo supo de inmediato, no era la primera vez que se encontraba con aquellos ojos ambarinos y esa barbilla delicada, lo raro residía en que su aspecto seguía exactamente igual aunque habían pasado quince años desde la vez en que lo descubriera, también en la oscuridad rítmica de una noche de carnaval, con el cuerpo exangüe de una mujer con el cuello destrozado, y ahora, ahora lo comprendía todo.
Fue todo tan momentáneo, la visión que pasó como una estrella fugaz ante sus ojos dejándole el regusto de la certeza para perderse sutilmente, del mismo modo en que había aparecido, entre la muchedumbre exaltada. Dennis lo siguió abriéndose paso entre los gozosos bailarines, el corazón golpeándole el pecho, la ansiedad reservada para los que han vislumbrado el rostro de sus destinos. Se vio enredado en la danza de unas doncellas alegres con flores en los cabellos, las alejó de sí sin mirarlas, ahogado en aquella tormenta de máscaras quiméricas con facciones eternamente grotescas, maldiciendo por lo bajo al bufón de los cascabeles y el tipo con la careta de pájaro que discutían ¿o bebían juntos? Impidiéndole ver más allá entre las estrafalarias criaturas que habiéndose arrancado de las temerosas divagaciones de sus amos poseían los cuerpos de éstos y los obligaban a hacer lo que en otras circunstancias ni siquiera hubiesen aventurado a imaginar. El siseo de una capa al viento captó la atención de Dennis, siguiendo la negra silueta vaporosa, ya casi al alcance de su mano. Un gabán parduzco se le atravesó blandiendo una guadaña, algún tipo con macabro sentido del humor pretendía emular a la Muerte con su disfraz en aquella noche de jolgorio e invitaba a Dennis a compartir su danza loca, pero él lo empujó de un golpe, sin quitar los ojos de las anchas espaldas que ya se alejaban y la estela flotante de su capa. El joven se acercó a grandes zancadas, enfocando todo el fragor de sus años en aquella persecución misteriosa, él ya estaba cerca, lo tenía al alcance de la mano, no dejaría que la marea estúpida de los corrientes volviera a alejarlo de su objetivo, tan cerca, tan cerca, que el tiempo en una mala broma parecía dilatarse en el momento en que su mano se extendía, se posaba suave y segura sobre el hombro cubierto de fino algodón negro.

-Conviérteme
Susurró Dennis. Nunca su rostro de muchacho había exhibido tal solemnidad y convicción, tanto que ni siquiera se inmutó cuando se encontró por tercera vez con la mirada ámbar
-Conviérteme
Repitió un poco más fuerte, desasosegado por el gélido fuego con que era observado. Entonces el desconocido se iluminó con un sentimiento que podría haber sido agrado o lástima, pero que de todos modos se manifestaba con una ligera sonrisa.
-Ven conmigo

Fueron a un pequeño establo vacío rodeado de añosos árboles cuyas ramas enmarañadas no dejaban pasar la luz del sol a ninguna hora del día. Allí se sentaron entre el heno húmedo y podrido a conversar en torno a una pequeña antorcha antes de que el hombre vestido de negro efectuara su fatídica función
-¿Sabes lo que soy?
-¿Un vampiro?
-Bien
-Conviérteme
-No tengo hambre
-Por favor…
El vampiro le dio una larga mirada, profunda y sabia, pero en el fondo tan voraz como cuando se disponía a cazar
-Eres joven y apuesto ¿Por qué diablos quieres ser uno de nosotros?
-¿Me vas a convertir o no? Si no quieres me voy, ya encontraré a otro con más cojones…
-Espera
Dijo el vampiro sujetando su brazo para detenerlo. Dennis sintió cada tramo de su piel erizarse al frío tacto, pero no hizo ademán de retirarlo
-Vida eterna
Respondió el joven en tono forzado, el vampiro rió suavemente y no volvió a hablar esa noche. Arremangó la manga del jubón de Dennis hasta el codo y lo olió placenteramente, tomándose su tiempo en el deguste del canto divino del pulso sanguíneo bajo la piel, su cuerpo condenado a la sed eterna comenzaba a reaccionar en el roce de sus labios contra la muñeca palpitante del joven impasible hasta que ya no supo controlar más el instinto de su naturaleza.
La mordida fue rápida, Dennis dio un pequeño quejido de dolor y continuó observando impávido al vampiro beber la sangre que fluía en vigoroso caudal desde su propia mano hasta la garganta cubierta por la capa negra. Poco a poco la niebla se fue apoderando de sus ojos, hasta que estos se cerraron sin más. Dennis cayó con la delicadeza de un lirio y como tal fue acunado entre el forraje por su propio asesino.

Cuando Dennis se despertó, sintió súbitamente un vendaval de nuevas sensaciones físicas y emocionales que no sería fácil describir, por la complejidad con que se enredaban y mezclaban entre sí como los jirones de colores que se aprecian al observar a la luz un prisma de cristal.
-Bienvenido –dijo el vampiro que había estado velando su sueño- Ya eres un vampiro
-Gracias
-No es algo que se deba agradecer. Vamos, está anocheciendo y seguro tienes hambre
-Si
Salieron del establo y se encontraron frente al ocaso de la fiesta. Los siete pecados capitales y algunos otros improvisados en la noche anterior ofrecían a los escasos espectadores sobrios todo su esplendor; ladrones saqueaban las alforjas de aquellos que dormían la inconsciencia del alcohol, cuerpos semidesnudos entrelazados en las calles, mareas de vómito y otros fluidos atestaban con su hedor las ya de por sí apestosas calles y las máscaras se amontonaban en el lodo con sus sonrisas eternas burlándose de la degradante fragilidad humana. Pero Dennis no se sentía afectado, pues sentía en su interior arder el más intenso fulgor de la vida.
Junto al vampiro de los ojos color ámbar llegó hasta una de las salidas de la ciudad.
-Hasta aquí te dejo, muchacho
-Mi nombre es…
-No quiero saberlo. Nos despediremos y nunca más nos volveremos a ver
-¿No me darás ninguna lección previa? ¿Algo que debiera saber?
-No
El vampiro rió, el muchacho ciertamente tenía la simpatía a flor de piel
-Buenos, entonces adiós
-Adiós
Fue el vampiro mayor el que vio con nostalgia la espalda del muchacho. Dennis dio la vuelta y echó a andar sin volver la vista atrás, con la mente fija en el futuro y las nuevas sapiencias que debería aprehender con la misma avidez que tomaría la sangre de sus víctimas. Sonreía, porque ya era un vampiro y no habría vuelta atrás.

Aprender lo que fuera y nunca mirar atrás. Esa fue la filosofía de vida que llevó Dennis por las décadas y los siglos posteriores a su transformación. Inmortalizado en el esplendor de la juventud nunca le faltó la buena y efímera compañía en sus noches errantes, noches que para él siempre serían de carnaval. Recorrió los caminos solitarios sin seguir otro rumbo que el capricho de sus piernas incansables, refugiándose en los días, alimentándose por las noches en posadas y burdeles, eventualmente de los bondadosos carreteros que le ofrecían aventón o de residentes de casas de bien. Nunca su rostro apolíneo mostró la menor seña de dolor o culpa, pero detrás de aquella bella máscara… nadie sabría lo que se podría ocultar.
Transitó por los siglos como un feliz vagabundo. Conoció innumerables reinos, luego se embarcó como polizonte hacia tierras inexploradas y tras conocer el nuevo continente como la palma de su mano dejando detrás de sí la estela de su leyenda junto a otros vampiros como él, regresó a la vieja Europa, entusiasmado por los nuevos fulgores que iluminaban a París y, obviamente, el renacer del mítico carnaval de Venecia, vistió levitas y pelucas para brillar en los salones y beberse la sangre de una sociedad ebria de ostentación. En el siglo siguiente el mundo comenzaba a remecerse por una serie de cambios que crearon vórtices de acción en diferentes zonas, a donde Dennis llegaba extasiado para sentir en su pecho la pasión que embargaba los corazones de aquellos que se jugaban la vida en un ideal que él saborearía y luego dejaría para continuar su camino infinito en busca de otra ilusión que le entusiasmara por un tiempo más ¿Se sentía bien así? No me lo pregunten a mí.
Una noche las cosas cambiaron. Era una madrugada de otoño de 1875 y Dennis vagaba solo por una calle vacía en busca de un lugar donde refugiarse ante la salida del sol, entonces vio a un hombre sentado en la acera. Supo inmediatamente que era un vampiro, por un “algo” en su presencia, o tal vez por el cuerpo desangrado de la mujer que yacía a sus pies, y se quedó mirándolo con curiosidad.
Tristán no percibió la presencia de su observador, demasiado absorto en las tormentas internas que seguían agobiándolo. Habían pasado décadas desde la noche en que despertó convertido en un vampiro, pero seguía sintiendo la misma tristeza desgarradora de entonces, que se manifestaba al exterior como el halo taciturno que había llamado la atención de Dennis.
Cada noche se levantaba y mataba a alguien sin consideración, gozando con la sangre derramada, roja y maravillosa sobre la palidez sepulcral de su piel, con un afán desesperado por recuperar en aquellas venas latientes la vida que ya no encontraba en sí mismo, para luego arrepentirse y cerrar con afectación los ojos de la víctima. Cada noche, asimismo, se sentaba junto a la ventana esperando la luz del sol que benefactora lo librara de la condena de una inmortalidad involuntaria y se retiraba cuando veía los primeros rayos, en un instinto de supervivencia que después maldecía a gritos en su pequeño y oscuro refugio. Ésa era su angustiante rutina, pero ese día estaba dispuesto a ponerle fin sin oportunidad de flaquear, pues en la acera no tendría escapatoria.
En eso estaba Tristán, esperando penitente la luz purificadora que le diera el descanso, cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. Parecía apenas un muchacho, pero sabía por alguna desconocida razón que en realidad era otro vampiro. Dennis vencía sus propias dudas para acercarse a un compañero afligido, pese al peligro del amanecer.
-Hola, ¿que tal?
Saludó nerviosamente Dennis, atisbando de reojo el horizonte. Solo recibió de respuesta una mirada sarcástica
-No se si sabes, pero el sol ya va a salir…
-Tal vez quiero ver un lindo amanecer
-No seria lindo si lo ves con esa cara de amargado que traes
Nuevamente recibió una fría mirada como respuesta.
-Vete, el sol esta por salir
Añadió Tristán
- ¿Por qué tanto empeño en morir?
-Porque ya morí
-¿muerto? todavía hay sangre en tus venas ¿no? tu corazón late de un modo distinto, niñito. Estás “no vivo”, pero tampoco muerto
-¡¿Niñito?!
-Estás amurrado. Sentándote ahí y esperando a que el sol acabe con tus problemas inexistentes… eso haría un niñito
Tristán miró a su interlocutor, parecía menor, pero en su voz había tanta fuerza y seguridad que, sintiéndose tal y como una criatura, quiso refugiarse en la lozanía del desconocido… aunque ya no confiaba en extraños.
-Ya, párate y ven.... niñito
El melancólico vampiro obedeció en silencio. La aurora avanzaba gris y amenazante alumbrando quedamente los tejados a su paso. Dennis recogió del suelo la sombrilla que la mujer muerta aun apretaba en su mano y la abrió a su espalda mientras apuraba el paso junto a su nuevo amigo.
-Ya me dirás por que tan amargadote... ¿una cerveza? Conozco un bar donde no entra la luz en todo el día…
-Prefiero el vino… cabernet sauvignon
-Como sea…
-¿Cómo te llamas?
-Ja, pensé que no lo preguntarías nunca. Dennis ¿y tú?
-Tristán
-Muy acorde: Tristón
-Tristán
-Tristón, el vampiro suicida… HAHAHAHA
Detrás del minúsculo escudo de seda se les venía encima la fatídica luz del día, pero ya no se preocupaban por eso, eran dos vampiros mirando hacia adelante y aunque solo veían sombras, se sintieron mejor.
No lo sabían en ese momento, pero aquel amanecer traía consigo el comienzo de una bizarra amistad.

1 comentario:

  1. ¡Hahahaha Tristón! Perdón, pero no pude evitar reírme con esa definición.Muy buena historia, con el comienzo de una nueva amistad. Se despide El Chico de la Risa Estruendosa.

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