Capítulo 13:Recuerdos de una noche de tango

-No quiero quedarme en la isla. Me da la impresión de que Dennis se meterá en líos
-¿Por qué?
Dijo Margarita
-Porque es Sicilia y aunque suene prejuicioso, Dennis se las arreglará para meterse con la mafia
-JEJE… buena idea ¿Y qué propones, Niño? No tenemos pistas para hallar a tu Ilusionista
-…
-Esperemos, llegarán solas. Te apuesto la muñequera que cubre mis marcas contra tu reloj de plata a que eso sucederá antes del próximo amanecer
-Hecho
Siguieron bebiendo en un bar cercano al hotel, ya habían cazado más temprano para compensar los días de ayuno en que estuvieron a bordo del crucero, aunque fueran breves por gracia de Tristán que no soportó la abstinencia.
Se encontraban serenos, dispuestos a disfrutar los momentos tranquilos que les ofreciera el camino. Era una noche bastante cálida para ser febrero ¿o ya era marzo? Y el ambiente mediterráneo invitaba a recordar.
En la lejanía se oía un ritmo extranjero cantado profundamente en español, era un tango
-Oigan, alguien puso un tango… - dijo Tristán- ¿Recuerdas a Malena, Dennis?
El aludido dudó un poco, sacudiendo la cabeza, pero sí la recordaba.

Era por aquellos tumultuosos años 30`s y 40`s, Tristán y Dennis llevaban algún tiempo buscando aquellas tierras libres del azote de la guerra, debido a los obscuros rumores de que el régimen nazi financiaba investigaciones secretas de ocultismo y eso a la larga podría incumbirles.
Ya nadie, ni siquiera yo, recuerda exactamente en qué ciudad se encontraban, pues era un verdadero hervidero de apátridas inmigrantes que huían del horror bélico, aunque entre todos trataban de mantener aquél fantasma fuera de los muros de su fantasía de bienestar; Tal y como en el cuento La máscara de la muerte roja de Poe, gozando de la fiesta de olvido a la espera del fatídico huésped. De ahí que se explica la presencia del príncipe de las máscaras, Dennis en el fulgor de las noches de bohemia que buscaban encandilar con sus luces de colores los ojos hinchados de un continente devastado.
Dennis había adquirido la costumbre de pasear por los salones de baile experimentando los nuevos ritmos de moda. Solía hacerlo solo, pues Tristán, cuyo carácter era más vulnerable y su existencia menos acostumbrada a la extrema violencia que la de Dennis (testigo de las peores atrocidades de la historia, desde la conquista de América hasta el tráfico de negros), tendía a la reflexión y la tristeza de los círculos artísticos intelectuales que convergían en los cafés, acercándose particularmente a un tal Harry Haller, tipo extraño que se ganó el respeto del vampiro y por tanto pudo salvar su vida.
Así Dennis se tomaba las calles cada noche, se había vuelto un experto en Foxtrot y Boston, reconocido y apetecido en todos los clubes. Mas en cierta ocasión por desconocidos motivos, decidió alejarse del ruidoso centro, desviándose entre callejas estrechas y oscuras, hasta toparse con una pequeña tanguería que captó su atención, se llamaba “Los sueños azules”
-Nombre de burdel
Pensó Dennis con una sonrisa torcida y entró, sentándose en la barra del bar como hacía siempre y haría también por mucho tiempo después. Pidió una cerveza mientras examinaba el lugar, las nubes de humo de cigarrillo lo envolvían todo en su atmósfera turbia y sensual. Algunas parejas ya giraban en movimientos certeros al ritmo doliente de un tango cantado en español. Tras pensar que por el idioma y el tono sombrío, Tristán se sentiría cómodo allí, Dennis se puso al acecho fijando su mirada en una hermosa joven que se encontraba al otro lado del salón junto a sus amigas.
Apuró su cerveza y se acercó al grupo galantemente, con la cadencia sigilosa y absorbente de los malos pensamientos. Se clavó frente a la elegida y extendió el brazo para invitarla a compartir la pieza que estaba pronta a comenzar. Ella era Malena, una bella morena de alborotada cabellera castaña, unos labios intensamente rojos como una guinda madura y una mirada capaz de transmitir un fuego que oscilaba entre la pasión y la locura.
-Me llamo Dennis
Le derramó el vampiro el bálsamo de su voz casi rozando el lóbulo de la muchacha
-Malena
No les fue posible continuar la conversación, pues en ese instante la áspera voz del cantante desgarró el caudal de sus angustias uniendo a todos los presentes en el hechizo de aquél baile intenso y los espectros brumosos del amor doliente.
Unieron sus cuerpos con tácita efusión, como si cada uno precisara del corazón del otro para bombear la sangre que en ardientes caudales impulsaba sus movimientos apasionados.
Se pasearon por toda la pista, deshojando a su paso rosas de sentimientos tan sutiles que carecían de nombre y a la vez tan poderosos que eran casi tangibles. La música se les metía en el alma y sin darse cuenta bailaban ya sobre los pentagramas sanguinarios de una canción que fusionaba en febril armonía el amor y el odio. Un giro súbito que hacía volar la falda de Malena como un abanico de tentaciones. Las cuatro piernas en su cadente ir y venir, buscarse y rechazarse sintetizando en su estrecha dimensión de cristal toda la compleja y roja telaraña de los juegos de seducción. De vez en cuando los brazos de Dennis levantando a la muchacha en vilo, dibujando en el aire sublimes estelas de sentimiento que se desvanecían en el batir de un par de pestañas postizas, y después volver a juntarse en el abrazo ansioso cual hubiesen estado eones sin contemplarse con el ardor anhelante de los amantes cuya entrañable epopeya solo puede ser escrita en los pasos de una danza.
No se dieron cuenta de cómo el entorno se fue difuminando para ellos en sombras impalpables, entregándose del todo a la música, viviendo por y para continuar bailando, exhalando un suspiro que era todo perfume de deseo, sintiéndose tan cerca el uno del otro y sin poder tocarse más que someramente, separados por un biombo de seda escarlata invisible para aquellos que no conocen el verdadero matiz del amor bizarro y solitario, que cual mariposa de éter nace y se desvanece entre el vibrar de las cuerdas nerviosas y un violín acongojado que comienzan a declinar su canto sublime para terminar elegantemente con una lánguida flor de labios como guindas maduras petrificados en el eco de un beso negado, reclinada hacia atrás, emulando al ángel caído que abandona el paraíso en los brazos marmóreos del bailarín misterioso que la observa con una ansiedad famélica y la nariz hundida deliciosamente en su cuello.
-Malena… ha sido un placer conocerte
Dijo Dennis incorporándose ágilmente. Ninguna muestra de cansancio nublaba el resplandor de su hermoso rostro, solo una antigua agitación que lo llevó a salir del local y perderse en la oscuridad de la noche, sin dejar más rastro a su paso que las sutiles ilusiones violáceas y aladas de la mujer que quedaba detrás de él, a contraluz en el umbral de la puerta y apretando contra su pecho un sombrero de paño como si se tratara de su mismo corazón arrebatado en un baile.

Con sumo sigilo Dennis entró al apartamento de soltero que por aquellos tiempos compartía con Tristán. Estaba a punto de amanecer y suponía que su amigo ya llevaría unos minutos descansando en el aposento contiguo, no quería despertarlo para no incitar las preguntas que no estaba de ánimos de contestar. Buscó en el suelo del devastado cuarto una botella de cerveza y bebió del gollete esperando vanamente no derramar espuma sobre sus ropas. Mas farfulló una maldición al sentir la humedad que empapaba su chaqueta y la repitió con mayor furia al darse cuenta de algo. Contra sus intenciones tendría que regresar aquella noche a la tanguería a recuperar el sombrero de la tenida que le había sacado a Tristán.

No bien hubo oscurecido y Dennis enfiló hacia “Los sueños azules”, antes de que Tristán se acercara a su puerta y le preguntara sobre el paradero de su sombrero y el por qué su chaqueta apestaba a cerveza desvanecida. Guardaba el amable recuerdo de una experiencia grata en la tanguería, nada más, le gustaba este ritmo del mismo modo en que en algún momento de su existencia le había gustado agotar sus veladas en eternas polcas, ninguna pasión duraba demasiado para él y eso lo enorgullecía.
La noche se iba apoderando de las almas de los transeúntes animando el espíritu de la juerga, mientras Dennis caminaba pensando en que tal vez sería divertido bailar un poco otra vez y tomar algunas cervezas para no desperdiciar el viaje. Entre esas ideas divagaba cuando se cruzó con una bella muchacha cuyo rostro le pareció haber visto entre otros rostros en alguna fecha más o menos cercana, pero se detuvo frente a ella porque portaba el sombrero que buscaba.
-Sabía que volverías
Dijo ella con una gran sonrisa que él trató de responder con un esbozo torcido
-Hola… Malena. Anoche me he olvidado el sombrero y…
-No me digas que has regresado solo por eso
Dennis hizo un mohín imperceptible, ya intuía a dónde iría a parar aquél jueguito, pero de todos modos sonrió con gran sensualidad y le ofreció el brazo a la mujer
-De acuerdo ¿Qué tal si charlamos y bailamos un poco, tratando de olvidar ese estúpido sombrero?
Solo un vistazo a la mirada de Malena le indicó que ella lo seguiría sin dudar aunque la invitara al mismísimo infierno.

Dos canciones bastaron para recrear el ambiente lento y fragante que precede a las grandes historias de amor. La última pieza de baile concluyó en el encuentro inminente de los labios anhelantes y al abrir los ojos cada uno en el reflejo de la pupila del otro, entonces las palabras sobraron en la huída urgente por la puerta de atrás del salón que daba a una serpenteante escalera hacia los cuartos abandonados donde Malena sabía que podían estar tranquilos.
No he de especificar que allí fue donde los fogosos bailarines interpretaron la más magistral de sus danzas en el ritmo íntimo de sus propias respiraciones agitadas, fueron allí la manifestación pura del espíritu del tango que había sido su celestina, todo pasión, todo lava ardiente mezclando rabia y amor.
-Te amo -Susurró en un abrazo Malena. Dennis oyó con amargura aquellas palabras, agradeciendo en el fondo el que la oscuridad ocultase su malestar- Te amo con toda el alma
-Debo irme
-¡No lo hagas aun, la noche es joven!
-No entiendes. Debo irme, no debes volver a verme
-¡Cómo dices eso! ¡Soy tuya, no me abandones!
Dennis se levantó con un regusto de desprecio, su alma libre no lograba a comprender la idolatría irracional que le juraban tras una noche de pasión que, aunque él no olvidaba la magia de cada experiencia, terminaría por perderse entre los recuerdos de tantas otras noches distintas. Asimismo, se sentía en la ingrata encrucijada de un adiós súbito que desgarrara un parte del corazón de la joven o la mentira que le significara una herida igual de dolorosa, pero con una lentitud martirizante.
En la oscuridad buscaba sus ropas, la decisión había sido tomada. Por el bien de todos debía convertir esa historia en una leyenda nocturna.
-¿Te vas?
-Sí. Adiós Malena
Iba cruzando a paso lento el umbral de la puerta cuando un alarido estremecedor lo obligó a voltearse para encontrarse de frente al dantesco espectáculo de la joven muchacha apenas envuelta en las sábanas, con el rostro desencajado de horror, los ojos brillándole con ira y contra la tenue claridad de la ventana, el frío resplandor de una hoja de metal.
-No… no puedes hacerme esto… no puedes utilizarme de ese modo
-No te he obligado a nada
Replicó Dennis tranquilamente, aunque en verdad estaba asombrado del giro de la situación. Malena siguió acercándose con el viejo cuchillo que había encontrado en el suelo del cuarto abandonado, o era quizás de la coagulación de sus lágrimas de despecho.
-Nunca me dejarás… no lo harás, solo has de pertenecerme a mi…
Dennis salió corriendo por los pasillos, con la esperanza de que alguien los oyera y ayudara a la mujer. Los pasos de perseguidora y perseguido se desataron vertiginosamente por el pasillo, en la penumbra aterciopelada de la luz lunar que se filtraba por los ventanales. La madera de la vieja casona crujía bajo sus pies, pero nadie aparecía, la soledad era evidente, como si los demás asistentes se hubiesen puesto de acuerdo para recrear la sicótica película de celos y pasiones que ellos vivían, intensamente constante, un espiral emocional que parecía no tener final.
Pero la persecución culminó en el fin del largo pasillo, entre una ventana de cristal y la hoja letal que empuñaba Malena. No podía negarse que con aquella penumbra y la locura ardiendo en su alma, lucia más bella, de un modo grotesco y maravilloso.
-Ya no podrás alejarte de mi lado, cariño… serás mío por siempre
-Malena…
No terminó de hablar, pues la escena se paralizó en la certera puñalada que por fin permitía a Malena tocar el corazón de Dennis. La mujer se quedó petrificada contemplando su acción con una risita frenética. Entonces ocurrió lo impensado.
-¿Y ahora qué? -Dijo tranquilamente Dennis quitándose el arma del pecho para lanzarla lejos. La mujer estaba anonadada, incapaz de articular palabra, de repente lucía mucho más pequeña y frágil de lo que era, no pudo evitar conmoverse Dennis de aquella ternura- Dos opciones: la locura o la muerte
Malena dudó deshecha en lágrimas desconcertadas. Luego lo miró con ojos enormes que bien podrían haber contenido todo el universo en su vacío desolado.
-Muerte. Por ti y para ti
Replicó ella con loca determinación
-No es tango si no lleva sangre y pasión ¿no? -Se dijo a sí mismo Dennis, con una sonrisa torcida- Tendrás la locura, querida
A tientas buscó el cuchillo con el que trazó una roja línea en la mejilla temblorosa de Malena y se complació degustando ese licor de vida joven y ardiente de la misma hoja metálica. Luego se agachó para tomar con delicadeza la barbilla de Malena y cerrar esta historia con un último beso con el amargo sabor de la sangre.

“…Malena canta el tango… como ninguna… y en cada verso pone… su corazón…”

Cantaba Carlos Gardel en un tocadiscos cercano a la terraza del bar donde bebían los vampiros. El tiempo había pasado cubriendo de polvo el recuerdo de la joven del tango, que después de aquella noche fatal cayó en un delirio sicótico pasando todas las tardes frente al espejo recordando al vampiro, buscando el sabor de su propia sangre para sentirlo cerca hasta que en el último ocaso ese mismo sabor le supiera a muerte y su desolado corazón firmara la rendición. Pero allí donde todos estos sucesos ocurrieron, la leyenda del extraño amante de las sombras seguiría viva en la pista donde nuevas parejas danzaron, dejando a los jóvenes visitantes el eco de una lección: el amor es un resplandor fugaz cuya estela solo permanece en una canción.
Una moraleja bien sabida por aquellos que están condenados a siempre decir adiós.