Capitulo5: La Marcha de los peregrinos

-…pero sé bienvenida, diosa prudente y sacra, La más divina, tú, Melancolía,
Cuyo rostro de santa con exceso fulgura
Para la vista humana,
Y a la flaca mirada se nos brinda
Cubierto con el negro tinte de la Prudencia…-
Recitaba a media voz Tristán la obra Il Pensoroso traducida de Milton, uno de sus poetas preferidos, para romper la tensión asfixiante del silencio mientras caminaba en medio de la nieve sin rumbo ni orientación. Era una sombra titilante en medio del desierto blanco en que se había convertido la estepa nevada. No podría recordar cuánto tiempo llevaba caminando ni dónde se encontraba, evitando consultar su viejo reloj de cadena, solo sabía que el cielo había permanecido encapotado sin que tuviese la necesidad de ocultarse y que la nieve iba devorando implacable el paisaje con jirones albos y gélidos que habrían matado a cualquiera que no hubiese sentido ya el frío de la muerte en sí mismo. ¿Por qué caminaba y no tomaba un avión o un tren para abandonar el país? Simplemente porque no conocía el idioma ni las costumbres y sin Dennis a su lado estaba literalmente perdido en una época que no comprendía, además, no podía negarlo, siendo un romántico apasionado consideraba que una marcha a pie era lo más adecuado para su viaje.
Llevaba todo el trayecto sin cazar criatura alguna, en un ayuno consciente. Para Tristán su búsqueda tenía el carácter de un peregrinaje en busca del templo profano donde residían sus pasiones: aquella Ilusionista encantada a quien le debía la no vida y la no muerte. No dejaba de pensar en ella, por todo el tiempo en que había rehuido a su imagen; sus sentimientos seguían siendo un caos que ya no se preocupaba por analizar, amor y odio, admiración y desprecio, adoración a la madre y a la mujer, porque ella en una noche había destruido un mundo y a la vez su seno mágico había creado otro, mas era uno tan complejo que en su orfandad Tristán necesitaba volver a ella para aprender a vivirlo. Alucinaba con el momento de verla y postrarse a sus pies como quien se halla frente a una deidad, para venerarla y preguntarle entre gritos todo lo que no comprendía, vengarse, besarla y beber de su boca la vida que ella había tomado de su cuello. Acariciaba su cicatriz, dos puntos rojos en la blancura del cuello tan ínfimos como su propia presencia en la extensión nevada.
Iba a ciegas este peregrino frenético que hacía de la locura una estrella guía en el firmamento. No tenía la menor idea de cómo hallar a la vampira, tampoco poseía alguna información sobre ella más que el incierto nombre que le diera Margarita. Se detuvo un instante, Margarita, la encantadora extraña, y Dennis, su camarada de un siglo, su amigo y apoyo, cómo los extrañaba; miró hacia atrás como si fuera a encontrarlos, a sabiendas que solo le precedía el vacío burlesco sin rastro alguno de su reciente paso. La soledad caminaba a su lado, una dama más fría que la nieve, no le era desconocida, mas no por ello menos despiadada, era un dolor agudo al que le sonrió como el penitente a su purga, pues comprendía que constituía una parte necesaria del proceso que comenzaba a enfrentar: la búsqueda de su destino.
Comenzaba de cero en el lugar más idóneo, en el rostro mismo de la Nada, proyectada en su alma o viceversa. En la blancura de la nieve fue perdiendo paulatinamente el sentido de la realidad hasta que no supo qué parte de lo que ocurría a su alrededor provenía de su propio mundo interior que rompía sus fronteras y se derramada en ese plano. El silencio lo agobiaba, nunca le había gustado, porque era como un insistente espectro que parecía esperar algo que él desconocía, trataba de capearlo con poemas y diálogos de obras teatrales, monólogos improvisados, versos de su propia autoría que nacían y morían en el olvido como los suaves copos que seguían dejándose caer suavemente. El frío era otro problema, pues no lo sentía tanto en el cuerpo, helado ya por su naturaleza, como en el alma misma que congelaba una a una sus emociones hasta adormecerlas dejando solo la ardiente imagen inmortalizada de su Ilusionista amada, gobernando su mente sin saber, convirtiéndolo en un vagabundo de pasos lentos con un solo deseo en los ojos reflejando el vacío.
Su siguiente compañía fue la locura, aunque siempre pensó que ésta venía ya a su lado desde el comienzo de su andar, y su sequito de delicados delirios sobre fantasmas del pasado que danzaban a su alrededor reviviendo escenas que creía olvidadas. Su infancia solitaria, su esplendor artístico, su nuevo nacimiento con la respectiva “infancia” en que tuvo que aprender otra vez a sobrevivir, Dennis, su amigo Dennis, su despedida. Recordó el motivo real de su partida, no eran celos de amigo como había pensado en un principio al poco notar de las contantes desapariciones de su compañero; era la envidia, tímida, infantil (Den tenía razón, seguía siendo un niño en el interior), Dennis estaba tan cerca de su sueño y él tan lejos, Dennis superaría las heridas de la no vida y él todavía no terminaba de entenderse a sí mismo. Lo estimaba, realmente lo estimaba y por eso se alejaba, para demostrarle que era capaz.
Las ideas en su mente iban tomando sentido y perdiéndolo simultáneamente. Su travesía de romero le había otorgado ya un beneficio, tenía la oportunidad de verse a sí mismo, por primera vez, sin las máscaras de las apariencias ni los complejos o temores de la vida; estaba solo y no podría huir de su propia voz, que comenzaba a echarle en cara todos los agravios cometidos desde su transformación
-Siempre es lo mismo Tristán, desperdicias tu tiempo- se dijo a sí mismo en voz alta
-¿Por qué?- se respondió a sí mismo a la defensiva
-¿No podrías ser más simpático? Siempre lamentándote, siempre necesitando que alguien más te oriente, que te digan que todo va bien ¡Por Dios, estás en la cima de la cadena alimenticia! ¡Superaste a tu especie original!...
-¡Pero a veces somos como… monstruos!...
-¿Y qué tiene eso de malo? Los monstruos inspiran grandes historias, esta es una época que necesita de monstruos que pongan a los humanos en su lugar…
-Hablas de los humanos como si fueran algo ajeno…
-“Cena”. Tú mismo te refieres a ellos así ¿O lo haces para ocultar que después de dos siglos sigues temiéndote a ti mismo? Ya no eres humano, asúmelo…
-Soy un humano no muerto. Eso es el vampirismo…
-¿No aprendiste nada de Dennis? La vida no es una condición biológica, es un estado espiritual. Eres un vampiro, una forma superior de vida, un depredador ¡Disfrútalo!...
-¿Forma superior? Huyendo de la luz, insertos y tratando de mezclarnos en la sociedad de la cual supuestamente renegamos…
-Otra vez, Tristán ¿No puedes dejar de sufrir? Me caes mejor cuando eres un cazador sanguinario ¿Quieres sentirte víctima? ¡Yo te victimizaré!...
-¿Qué?...
-Deseas sangre, llevas mucho tiempo sin alimentarte, quieres matar a alguien, quien sea y estás irritado así que destrozarás el cuerpo solo para descargarte. Eso eres, Tristán, una criatura violenta, una criatura devoradora de vidas. Que lance la primera piedra el que nunca hizo daño a alguien. Aunque lo extrañes, los hombres suelen ser más despreciables que los vampiros, te consta, te aterra el presente…
-Los vampiros son fríos y sinceros, sigilosos pero valientes. Soy un vampiro…
-Muy bien, niñito, eres un vampiro, ¡grítalo!…
-Vampiro… Vampiro… Vampiro… Vampiro…
-Vampiro… Vampiro… Vampiro… Vampiro…
Tristán comenzó a correr como un maniático por la nieve, casi sin pisar el suelo, sumido en un trance fantástico (o fanático?). En el vacío de la estepa solo se oían los ecos frenéticos de su voz por entre los silbidos de la tormenta. Corrió dejando atrás aquellas ramas que seguían enredadas a su corazón con cuitas que arrastraba desde su infancia, no sentía nada más que la fuerza de su espíritu abriéndose paso con furor incontenible, tanto que pensaba que si llegada a detenerse la nieve a sus pies se derretiría o tal vez incluso haría salir el sol. Se sentía extremadamente, gloriosamente libre y poderoso, como no lo experimentaba desde la noche de amor con la Ilusionista, con la diferencia primordial de que en este momento no necesitaba de nadie, pues en sí mismo fluía la potestad eterna, la embriagante sensación de ser capaz de llevar las riendas de su existencia hacia las mismas estrellas.
-Vampiro… Vampiro… Vampiro…
Quizá fue parecer suyo, pero sintió un golpeteo en el pecho y sintió que su corazón volvía a latir, de un modo distinto, más lento y sabio, con más vigor y belleza. Siguió corriendo como un poseído, o más bien como un liberado, de aquél modo sublime que solo los que han vivido tal catarsis podrían comprender.
Corrió, corrió, gritó, gritó. En medio de su éxtasis, pasó sobre un lago congelado sin darse cuenta, quebrando la delgada capa de hielo bajo el peso de su cuerpo. De haberlo querido pudo haber saltado antes de caer en las álgidas aguas, pero por alguna razón se quedó ahí, hundiéndose lentamente, naufrago excéntrico, con una sonrisa dulce, como si estuviese siendo arrullado por una madre o un calentador eléctrico. Mientras el agua cubría los contornos de su rostro cianótico, con los labios escarchados y violáceos murmuró
-… Vampiro, sí, un vampiro llorón
Y las aguas lo cubrieron. Tristán se fue hacia el fondo sereno, como una pluma cayendo ligera desde el firmamento, con los pliegues de su abrigo flotando en ondas etéreas a su lado. Se sintió parte del ambiente, se dejó llevar en la inusitada paz… hasta que solo hubo olvido, paz y olvido.
El tiempo y la nieve continuaron sus misiones inexpugnables, nadie se enteró en aquella explanada de Nada, de todo lo ocurrido a Tristán.

Una suave molestia en las costillas lo despertó, una punzada insistente. Sin abrir los ojos buscó el objeto golpeador y sujetó con firmeza el tobillo de la pierna que lo pateaba
-Déjate de joder
Musitó sonriente, sabiendo la respuesta que vendría
-¿Qué fue lo que te pasó, niñito? Te dejo por tres semanas y te vengo a encontrar en el fondo de un lago
-No tengo la menor idea… mentira, lo recuerdo bien, pero no puedo describírtelo
- ¿De qué sirve un amigo medio-poeta-frustrado si no encuentra palabras? Hahaha…
Dennis rió con el mismo cascabeleo encantador que le había caracterizado durante sus siglos de existencia. Tristán lo secundó, pero su voz sonaba algo temblorosa, supuso que su piel aun no se descongelaba del todo. Rápidamente se sentó sobre la nieve y se encontró con los ojos castaños de su amigo
-¿Qué haces aquí? oh, espera… - se interrumpió mirando alrededor angustiado- Mierda, pensé que había avanzado más, ¿aun no dejo Rusia?
-Estamos en Finlandia.
-¿Y qué haces aquí?
-Vinimos por ti, supusimos que estarías metiéndote en problemas ¿y qué crees? Teníamos razón, estabas en el fondo de un lago. Claro que tomamos un avión, como seres civilizados
-¿Margarita también viene?
-Sí, está en el hotel, en Hamina. Te extraña, o eso creo… es tan rara
-¿Cómo supiste donde encontrarme?
-Es una larga historia- rió Dennis- gracias a una Prostituta boxeadora
-Qué demonios… bueno, vámonos de aquí. Apenas veas un ser bípedo me avisas, agonizo de sed
-No faltaba más
Tristán se incorporó desperezándose escandalosamente. Su ropa seguía empapada, pero no le molestaba, de frío no moriría. Se notaba de buen ánimo y de algún extraño modo, más relajado de lo que nunca se había mostrado. Miró largamente a Dennis, complacido, se alegraba de tenerlo cerca otra vez, entonces se dio cuenta de un detalle que había pasado por alto
-¿Y la corredora rusa de autos?
El bello rostro de Dennis hizo un mohín casi imperceptible, luego se encogió de hombros sin perder la sonrisa
-Murió
-Oh…
-Es el triste destino de los humanos
Concluyó Dennis adelantándose para indicarle a su amigo que lo siguiera. Claro que había más en aquella historia, Tristán también lo notaba, la transfiguración del peregrinaje no lo alcanzaba solo a él, pero prefirió respetar el silencio de su compañero.

Mientras caminaban tranquilamente (a una velocidad sobrehumana, pero para ellos dentro de lo normal), Dennis fue recordando los sucesos posteriores a la partida de Tristán. La noche no había sido inolvidable, ella había ganado la carrera y él no pudo cobrar el beso ni su bufanda, mas de todos modos y sin saber exactamente cómo, se halló con ella y sus amigos, todos bebiendo la cerveza que él había invitado tras perder la apuesta. La corredora, por supuesto, se había embriagado tal y como lo hacía cada vez que ganaba sus carreras y antes de decirle que él era el elegido de la noche para dejarla en su departamento le dijo algo extrañada y entre balbuceos de borracha
- Nunca… había visto un… hombre que be… bebiera tanto… y no estuviera si quiera… un poco ebrio – Dennis solo respondió con una sonrisa misteriosa, tal vez algo oscura.
Ya en el departamento de la mujer, el vampiro la había dejado acostada eludiendo cada insinuación, porque si algo habría de suceder entre ellos, en una prueba de la sinceridad de sus sentimientos deseaba que ella lo recordara con total lucidez. Sin embargo, contra sus planes iniciales, antes de salir, se detuvo bajo el umbral de la puerta y algo dudoso preguntó su nombre para recordarla desde entonces no como la corredora, sino como Larisa. Una palabra que flotaría en su mente con la delicadeza de un bálsamo exquisito y embriagante.
En vista de que aún quedaban dos horas para el amanecer decidió volver a casa con Margarita. Se fue a paso lento, por primera vez en mucho tiempo se había puesto a reflexionar cuidadosamente lo que haría, pensando en ella como un adolescente enamorado; le hablaba y ella suscitaba aún mas fascinación que antes. Si bien la noche no le había dejado más que su nombre, seguía preguntándose el por qué ella causaba ese interés tan profundo, no había concluido mucho al respecto, pero en las casi dos horas que demoró en llegar había pensado lo suficiente como para decidir lo que debía hacer, por doloroso que fuere. Entró en la casa y vio a Margarita en el televisor como siempre.
- Margarita – Ella levantó la vista extraviada como siempre – asegúrate de beber suficiente sangre mañana y llegar temprano. Saldremos a buscar a un niñito
Quizás debido a la inusitada expresión en el rostro de Dennis Margarita, contra lo usual, lo recordó muy bien la noche siguiente.
Cuando la hora esperada llegó, apenas el Sol concluía su marcha somnolienta, Dennis salió. Su destino: el departamento de Larisa, sabía que estaría allí, tocó firmemente la puerta hasta que ésta se abrió y él entró en absoluto silencio. Las cosas se iban dando como en cámara lenta, con la trascendencia correspondiente. Tomó dos Kunstmann, entregándole una a ella y vaciando la suya sin pausas. Larisa estaba sentada en la cama viéndolo con una fascinación que tampoco podía explicarse e iluminaba maravillosamente sus ojos.
-Esta será la última vez que nos veamos, así que antes te dejaré un secreto. Seguro que no me creerás, lo cual no me importa demasiado, pero te lo demostraré para que no te quedes con una imagen barata de mí- había dicho Dennis a la desconcertada mujer- Soy un vampiro
Tras decirlo le mostró en una triste sonrisa los filos mortales de sus colmillos para luego besar sus labios brevemente, no quiso verla a los ojos. Intentó marcharse, pero le detuvo la delicada mano posada en su hombre con fuerza, cuando volteó, vio en sus ojos lo que para él era indescriptible.
-Conviérteme- Allí lo supo, recordó la noche anterior, recordó sus palabras, ya nada le era nebuloso, se angustió con un pesar antiguo que creía olvidado. Ella lo había visto en la fiesta de año nuevo, pero no lo supo hasta ese instante; preguntó a sabiendas la respuesta.
-Eres joven y bella, ¿Por qué quieres ser un vampiro?
-¿Me vas a convertir o no?
Aquello que sea lo que escriba los extraños renglones del destino a veces tiene sus intervenciones triunfales, llamarlo coincidencia o milagro es algo que depende de cada cual, hoy solo he de decir que éste hizo su aparición oportuna dándole a Dennis un corto de luz que dejó la habitación a oscuras por las gruesas cortinas. Quitó su máscara por primera vez y lloró para sí, vaciaba sus lágrimas en silencio, en medio de la nada y del modo en que debía haberlo hecho hacia tantos siglos. Lo había comprendido todo, o al menos casi todo, si esa noche Larisa fue convertida o no aquella noche, quién lo sabe. Para nosotros solo queda la certeza de que esa noche Dennis salió del edificio con otra mirada ¿Más madura o más triste? Si al menos él lo supiera.
Avanzaba sin mirar atrás, como lo había hecho una lejana noche de carnaval, con la misma oscura seguridad de entonces. Si de algo se arrepentiría en su longeva existencia sería de no haber dicho también que la amaba del modo más puro que pudiese imaginarse, aunque quizá no se arrepienta y piense que lo mejor fue callar y convertir todo rastro de su presencia en una oscura leyenda. Quién sabe, en el caótico mundo de las pasiones nada está escrito y los vampiros pertenecen a ese mundo como los murciélagos a las cavernas.
Y ahora estaba allí, en Finlandia, todo lo demás se lo tragó la oscuridad de aquella ciudad.
Llegaron a la ciudad más rápido de lo que hubiera sido en una camioneta apta para la nieve. En el hotel Tristán pudo bañarse y cambiarse las ropas que llevaba por las de un muchacho que antes de llegar había chocado con él y lo había provocado con violentas palabras. Mala idea. Después de saludar afectuosamente a Margarita bajaron a celebrar en el bar que volvían a ser tres.

-¿Podría repetirme la orden, por favor?
Preguntó el mesero a Dennis, el único que hablaba finés, mientras Margarita hacía grullas de origami con las servilletas y Tristán miraba con ávida atención el esbelto cuello de la mujer de la mesa contigua.
Dennis respondió, sin que nadie notara la tenue amargura de su voz
-Un margarita para la dama y dos copas de vino para nosotros.

Capitulo 4: La Máscara Caída

-El invierno está particularmente jodido- dijo Dennis mirando por la ventana- Tendremos que quedarnos aquí un tiempo
-¿Por qué?-Terció Tristán con un dejo de mal humor- ¿Nos moriremos de frío? Creo que será un poco difícil dado que estamos biológicamente muertos. La nieve tampoco puede detenernos. Sigamos el viaje, quiero irme
-¿Y de qué te alimentarás en el camino, Tristón? ¿Con hielo? Las rutas están casi abandonadas, hay que quedarse
Tristán calló molesto y miró también el blanco paisaje que ofrecía la ventana. Junto a la chimenea encendida Margarita veía a uno y otro con expresión de niña asustada.
El nuevo milenio había llegado sin trompetas apocalípticas ni invasiones extraterrestres. Ya habían pasado cuatro noches con sus días conviviendo los tres y las cosas parecían ir bien con la presencia de la vampira, aunque en aquél preciso instante se percibía cierta ansiedad en el ambiente
-Tengo sed
-Todos tenemos sed, Margarita
-Cacemos
Dennis y Tristán se encogieron de hombros y accedieron a la propuesta, si en algo coincidían era en que más vale buscar sin encontrar que quedarse sentados lamentando la mala suerte.
Los vampiros salieron a la nieve caminando lentos e impertérritos en medio de las álgidas brisas como un trío de lobos esteparios, huraños, silenciosos, expectantes. Sus sombras oscuras contrastaban con la palidez espectral de la ciudad en esa noche solitaria. No se veían personas en las calles, apenas algunas ventanas tenuemente iluminadas y miserables contenedores de basura encendidos en los callejones donde los mendigos intentaban prolongar un poco sus frías agonías, pero los depredadores evitaban acercarse a ellos pues sus vidas eran tan frágiles que a veces la muerte llegaba a ellos antes que los filosos colmillos y entonces su sangre se volvía fatal para lo vampiros (ya que tienen prohibido alimentarse de cadáveres). Tan solo les quedaban dos opciones: los burdeles y bares donde jamás faltaban borrachos ni prostitutas encendiendo las teas del jolgorio, y las casas particulares, aunque estas implicaran el riesgo de crear sospechas, lo único peor que la escasez de comida sería la paranoia colectiva.
Se dividieron según sus hábitos normales. Ese acuerdo lo habían establecido como una forma de no entorpecerse mutuamente y desligarse de la responsabilidad de cuidar del otro. De este modo, cada uno se alejó por su lado, desapareciendo en la penumbra sin dejar más huella que las suaves marcas de sus pies en la nieve y el rumor fantasmagórico de sus abrigos.

Tristán regresó cuando su arcaico y milagrosamente bien conservado reloj de cadena le indicó que teóricamente el sol estaba a punto de salir, aunque por aquellos días el astro rey se mostraba enfermizo y caprichoso, asomándose levemente sin dar más que un mezquino calorcillo. En toda la noche el vampiro solo había bebido con rabia la sangre de un borracho que casi lo había orinado cuando él se hallaba de rodillas en el suelo buscando un botón que de todos modos no encontró. Por eso iba con un ánimo de mil diablos dispuesto a volcarlo contra lo primero que se le atravesara, pero cambió de parecer cuando se encontró con la tierna imagen de Margarita sonriéndole desde la escalinata de entrada. Lucía serena y casi inocente perdida entre lo pliegues del enorme abrigo que él mismo le había puesto antes de salir (propiedad de la ex dueña de casa) para no llamar la atención con el vestido verde que aun llevaba desde la fiesta. Conmovido correspondió a la amabilidad y entraron juntos.
De Dennis, ni señas. Al principio no le dieron importancia, se acomodaron en los sillones a dormitar. Sin embargo las horas pasaron y el sol se alzó cansinamente en el dormitorio sin que el vampiro se dejara ver.
Para hacer tiempo, Tristán comenzó a repasar con tinta las líneas de su retrato amado, pero se le notaba distraído. A ratos crispaba las manos, intranquilo, consternado. Margarita dormía, o eso aparentaba, por lo que al fin él se permitía liberar sus sentimientos de preocupación. Por un lado tenía confianza en que Dennis hubiese encontrado un refugio, era listo y no le faltaba experiencia, por otro, sabía lo descuidado y atrevido que podía ser. Pese a todos los esfuerzos por evitarlo, sentía gran afecto por su amigo, tan intenso como no lo había sentido por alguien desde sus días de actor, lo cual intuía que podía ser peligroso para seres como ellos. Había caído víctima de la costumbre, hasta el punto de sentir un miedo infantil a que su mundo cambiara otra vez sin preguntarle si estaba preparado para volver a enredarse en las vorágines despiadadas del tiempo y las circunstancias que lo van transformando todo. Sonrió para sus adentros, seguía siendo un niño, como solía decirle Dennis y al recordarlo, volvió el miedo, volvió la tristeza, volvió la soledad.
Las horas pasaban alimentando su nerviosismo, pensaba en los posibles hechos, todos fatídicos en su pesimista imaginación, en aquellos vampiros conocidos en el camino que habían quedado un amanecer convertidos en cenizas por mirar con sus ojos plagados de tinieblas el inmaculado rostro de la luz, en sí mismo en ausencia de Dennis… y alejaba aquellos siseos de víboras derrotistas sacudiendo la cabeza, pero éstos volvían como moscas sobre la carroña de su tristeza, y las horas pasaban lentas, demorando la noche benefactora.
Aunque no lo demostrara, también Margarita estaba apenada, tanto por la ausencia de uno como por la pronunciada angustia del otro y fingía dormir murmurando para sus adentros inmemoriales cánticos de consuelo.
Aquél fue un día largo en que las personas celebraron dejando sus casas ante el momentáneo cese de la nevada, hicieron visitas y compras, despejaron vías y suspiraron, mas en la solitaria casa burguesa, encerrados entre pesados cortinajes, dos vampiros sufrían un silencioso duelo por la presunta desgracia de su amigo y hermano de raza.

La noche llegó y siguieron esperando infructuosamente, estoicos, absortos, sin darse cuenta de cómo pasaba el tiempo resbalándose por las ventanas, mientras una oscura resignación comenzaba a extender sus raíces en sus agrietados corazones. Hasta que en la madrugada de la quinta noche, cuando ya no les quedaba nada de esa llama profunda y reconfortante que las personas suelen llamar esperanza; la puerta se abrió de súbito en un golpe de asombro a los presentes para mostrarles la figura siempre campante del muchacho rubio con sonrisa de carnaval eterno
-¿Quedan cervezas?- dijo Dennis sacudiendo la nieve del abrigo sobre la alfombra- Me mato por una cerveza ¿No hay? Ni modo, un vodka está bien…
La primera en reaccionar fue Margarita, abrazándolo emocionada para luego mirarlo con una exclamación atorada y el gesto confundido
-Dennis… me llamo Dennis
-¡Dennis!
Exclamó al fin la vampira al recordar su nombre y volvió a abrazarlo. Tristán se puso de pie, pero habló desde su lugar
-¡¿Dónde estabas, mierda?!
-Es que me quedé dormido. Bajo la nieve jeje
-¡Qué te…! ¡Dennis!
Dennis sonrió y le dio un fuerte coscorrón a su amigo, aunque éste era más alto que él. Comprendía que esa actitud era una seña de su íntimo alivio al verlo sano. No obstante, Tristán no estaba del todo tranquilo, pese a todas las emociones que se le venían encima de golpe, haciéndolo sentir casi vivo otra vez, ciento veinticinco años de estar junto a alguien te permite reconocer cuando está mintiendo (y no es que aquella mentira fuera de las mejores), aunque también te enseña a respetar sus silencios. Tristán guardó sus conjeturas y decidió esperar a que las cosas se develaran solas.
A la noche siguiente arremetieron otra vez a la cacería, como si aquél incidente jamás hubiese ocurrido. Sinceramente digo, estos tres vampiros tenían un inusitado don para olvidar o para mentirse a sí mismos. Sin embargo, Dennis volvía a incurrir en la gracia de desaparecerse por extensas jornadas, solo que ya nadie se preocupaba, tal vez intuyendo que algo ocultaba o simplemente cansados de gastar sus nervios en aquél desgraciado.

El invierno continuaba su azote despiadado, pero no todos tendían a refugiarse en sus frazadas eléctricas entre muros de concreto como corresponde a la gente de bien. En las afueras de la ciudad, en las carreteras cubiertas de nieve, un grupo de conductores se gastaban las noches tentando al destino con peligrosas carreras clandestinas donde tan fácil era perder la vida como perder una llanta de su automóvil. Aquella noche, el segundo lugar fue obtenido por una corredora de gran talento y experiencia. La mujer estaba molesta por ello, aunque sabía que después de un par de tragos todo iría mejor. Volvió a montar su Ferrari TR 59 y se dirigió, como siempre a beber unas copas para pasar la derrota o celebrar los triunfos según fuera el caso. Era una mujer hermosa, de piel morena, apasionados ojos negros como chorlos gemelos, labios gruesos siempre dispuestos para una sonrisa, que en cada gesto dejaba entrever el fuego rebelde de su alma libre. Pertenecía a aquella minoría de personas que no se quejaba de su vida simplemente por el hecho de que ella llevaba el volante de la suyas y por tanto, se sentía siempre segura de sus actos.
Y allí estaba Dennis, quien cada noche seguía con avidez el curso de sus carreras, desde hace mucho que no veía tal despliegue de libertad, recordándole los tiempos antes de ser un vampiro, no lo entendía bien, pero ella le causaba una fascinación obsesiva. No obstante, no se atrevía a acercársele, no lo llamen cobarde, era solo un ingenuo temor a enamorarse, sus tan elaborados métodos de conquista no funcionarían con ella ¡cómo podrían! esa clase de mujer debe conocer cada artimaña, además de solo pensar en hablarle el cuerpo se le paralizaba, su mente se nublaba y parecía todo un idiota baboso, por muy difícil de creer que sea; así que es de suponer que él nunca se le acercaría. Ahora bien, como suele suceder con este tipo de personas, ella, tan caprichosa, había visto por primera vez a este simpático rubiecito y sucedió lo inimaginable, se acercó y luego de beberse el resto de cerveza de Dennis le miró concentrando toda la coquetería en sus ojos apasionados. En ese momento el universo desapareció, al joven amante ni siquiera le molestó que ella tomara su cerveza, le encantaba, en ese instante, y a pesar de sonar cliché, el tiempo se detuvo, o fue tan lento que el no se percató de su existencia, solo estaba ella y él, insignificante, admirándola. Ella comenzó a hablar y él no pudo escuchar, su cuerpo (como ya lo había predicho) estaba paralizado, no tenía ni la menor idea de lo que ella decía, no sabía si era importante, quizás alcanzó a oírlo, pero la mente le traicionó, pudo haberlo bloqueado, qué importa, él simplemente no tenía idea de cuales fueron sus palabras, estaba idiotizado, veía sus sensuales labios moverse y detenerse para sonreír o escuchar a Dennis, quién había comenzado a hablar sin saber que decía, pero por lo divertida que ella estaba podemos deducir que eran incoherencias.
Después de un largo tiempo, ¿o no? Ella se le acercó de frentón y robó su bufanda, quizás el frío que le azotó de golpe en el cuello hizo que el reaccionara, o el roce de sus manos, o ver su rostro tan cerca, lo cierto es (que además de ser una noche nebulosa) él al fin pudo escucharla.
- No pongas esa cara, a ti no te molesta y yo tengo frío, tu has sido el desafortunado a quién he robado la bufanda hoy, pero te daré oportunidad de recuperarla - su voz era simplemente hermosa, profunda, sensual, le llegaba mas hondo que cualquier otro sonido- apuesta por mí mañana, si gano te devuelvo la bufanda y tú invitas las cervezas.
- Ok ok – aún no tenía completo control de su mente por lo que no pensó en qué cobrarle si ella perdía, pero podía escuchar y hablar, y eso era realmente satisfactorio.
- Perfecto, trato hecho rubiecito – Sacó un labial rojo de su bolsillo, el cual nunca usaba en sus labios, y moviendo suavemente la cabeza de Dennis, dibujo en su ahora descubierto cuello un beso – En el caso hipotético de que yo perdiera, me lo cobras ¿ok?
Ya casi al amanecer se retiró a su departamento, a donde esta vez él no la seguiría. Al llegar abrió el refrigerador y tomó una cerveza importada Kunstmann, tal y como lo hacía cada noche antes de dormir, la bebió rabiosamente, arrojando el recipiente vacío junto al cementerio de botellas que algún día se dispondría a levantar. Tal y como lo hacía cada noche, también, Dennis buscaba un refugio desesperado, ahora dormiría más sonriente que de costumbre, pensando en cómo conseguir dinero para la apuesta (pues se había gastado todo en cerveza), quizás se la pediría a Tristón, aunque seguramente ese niñito habría gastado lo que tuviera en caramelos, qué se le va a hacer, así son los niños, Dennis lanzó una risita y después de un suspiro y cayó dormido en una vieja y oscura, por lo tanto segura, casa abandonada.
¿Enamorado? La idea había circundado su cabeza mientras él trataba insistentemente de erradicarla, pero al fin no le quedaba más que reconocerlo. Él el alma de los carnavales estaba enamorado. El depredador se rendía ante la presa. Sin embargo, no era un sentimiento tan fácil de etiquetar, se mezclaba con la admiración y con algo de recelo, quizás angustia, si bien la deseaba con toda su fuerza, se sentía incapaz de matarla para darle la inmortalidad pues en ese entonces ella perdería eso que la hacía tan especial, aquella pasión por lo efímero de la vida que hacia tanto tiempo le había sido negado al vampiro. Comenzaba a sentir vagamente las heridas de su amigo. Estaba tan enamorado que volvía a sentirse humano.

La noche siguiente, antes de dirigirse a las carreras Dennis volvió a la casa, sonriendo más que nunca, con la alegría más artificial que le hubiese exhibido alguna vez. Tristán y Margarita se encontraban descansando, ya que habían cazado la noche anterior no necesitaban volver a salir. Las cosas entre ellos iban bien, se acompañaban en silencio casi todo el tiempo, aunque a veces Tristán trataba de iniciar una conversación orientada hacia la presunta información que pudiese tener Margarita acerca de la Ilusionista, sin obtener nada de provecho; También habían aprendido recientemente a usar el televisor (vamos, que no son los más espabilados) y la muchacha solía pasar horas pegada a la pantalla viendo al ratón Mickey y los demás amigos de sonrisas cínicas, ¡vamos! ¿Por qué no? Mientras Tristán miraba la nieve caer. Así los descubrió Dennis cuando entró
-Hola, David- Saludó Margarita
-Dennis… mi nombre es Dennis
-Ah
Tristán contempló por unos instantes a su amigo y sin saludarlo siquiera, le preguntó
-¿Tienes hambre?
-Si
-Yo también, vamos a cazar
-Es una opción, yo había pensado en saciarme con cerveza, pero no le puedes decir que no a un niñito ¿verdad Tristón?
El aludido ignoró la broma, con inusitada solemnidad. Salieron rápidamente y caminaron sobre la nieve a grandes zancadas, algo no tan dificultoso para los vampiros, sin sentir la peligrosa tormenta que estaba pronta a dejarse caer. Ambos estaban conscientes de que no cazarían nada en esa noche, lo sabían de antemano. Sin detenerse, Tristán fue el primero en hablar.
-¿Qué te sucede?
-¿De qué hablas?
-Estás tan normal que es alarmante. Dispara ya
Dennis sonrió, pero con la escarcha que cubría sus pestañas era imposible ver que la sonrisa no se hacía extensiva a los ojos cuando respondió
- Estoy enamorado
-Vaya… ese fue un disparo rápido. De los años que nos conocemos nunca me habías contado algo así
-Nunca antes me había enamorado, además, esos temas me aburren. –Suspiró algo preocupado pero complacido - Pensaba que era simplemente imposible para nuestra especie
-…
-¿No me preguntas de quién? Es humana, corredora de autos. No sé su nombre, solo sé que es una sílfide latina de actitud ruda con mirada inteligente y sonrisa juguetona
Tristán se detuvo antes de responder la primera idea en su cabeza: “Te enamoraste de tu cena?”, pero nunca lo había visto tan afectado y se detuvo por respeto a esa nueva faceta de Dennis que se le presentaba, aquél rostro bajo la máscara. Algo en lo profundo de su alma se estremeció al pensarlo
-No, no estoy encaprichado con mi comida- dijo Dennis adivinando los pensamientos de su amigo-Es más bien que estoy prendado de la vida, de lo efímero de la vida… Llevamos tanto tiempo mirando las cosas cambiar, sin sentirlo realmente, sin sufrir cambio alguno ¿No extrañas esa emoción? Estar expectante a lo que vendrá, al borde de los límites arriesgando algo real, aprovechando el tiempo porque la vida se va y no volverá ¿Entiendes?
Tristán no respondió, aunque los dos sabían la respuesta. Rato después retomó la palabra tratando de parecer natural, pese a la amargura en su voz
-¿Y qué harás?
-Apostar…
-¿Apostar?
-Tienes dinero ¿no? Podemos empeñar tu reloj jaja
-Amm…-Tristán guardó silencio, como dudando de sus palabras - Me voy
-¿Eh?... lo siento, no sabía que tenías tanto cariño a ese viejo reloj
-No es eso, gaznápiro- replicó cansado, pero luego retomó su actitud contemplativa- Lo he meditado largamente. Yo también estoy enamorado, lo sabes. Llevo demasiado tiempo esperando y será una larga búsqueda- hablaba lentamente, esperando que cada sonido fuera bien paladeado y comprendido-… Además si amas a una humana, querrás protegerla de otros vampiros y eso me incluye
-Ok, no intentes nada estúpido
-Lo intentaré
Los vampiros se miraron incómodos. No existe manual que te enseñe a despedirte de un amigo, siempre resulta embarazoso y doloroso. Nunca se encuentran las palabras que representen cabalmente aquello que se quiere decir, algo que sea realmente genuino, por eso a veces lo mejor es no decir nada o decir cosas sin importancia que prolonguen como un chicle los momentos de estar con quien tal vez nunca más vuelvas a ver
-¿Y Margarita? ¿Quién se la quedará?
-Te dificultará en tu viaje, déjamela a mí
-Bien. Despídeme de ella, no quiero volver
-Lo haré. Ahora vete o se te acortará demasiado la noche. Que tengas suerte con tu ilusionista
-También tú
¿Y cómo articular una despedida después de ciento veinticinco años? Mucho habían pensado en que sucedería algún día, pero nunca se prepararon para ello. Les parecía casi inverosímil y no alcanzaban a apreciar cuánto cambiarían sus rumbos a partir de entonces.
-Adiós, niñito
-Adiós
Tristán se dio la vuelta y avanzó en la nieve. Dennis hizo lo mismo por su lado.

Capítulo3: Margarita, hechizo de Babia en Rusia

Los años ven cayendo ligeros e imperceptibles como plumas cuando se es inmortal y se hacen más cortos también cuando solo vives la mitad del día. Así, un siglo y cuarto se fue en un pestañeo para Tristán y Dennis, consolidando su amistad. Iban de un lado a otro, persiguiendo las noches más largas, hablando de lo humano y lo divino, mas jamás de lo vampírico, en una especie de acuerdo tácito por respetar las motivaciones de cada uno y los avatares de sus respectivos pasados. Aprendieron a conocerse, sus gustos y aversiones, sus defectos y virtudes; Dennis era un hábil cazador a la hora de atraer a las personas, pero Tristán sabía manejar los cuerpos con fría delicadeza para que jamás se esparcieran los desagradables rumores acerca de chupasangres o asesinos en serie que en otros lugares obligaban al nomadismo a comunidades enteras de vampiros que solo buscaban paz y alimento. Compartían soledades de un modo práctico que resultaba beneficioso para ambos, se acompañaban y se ayudaban si era necesario, Tristán solía verse limitado en las cosas más triviales y requería del alto sentido de adaptación de Dennis para asumir los múltiples cambios de sus existencias errantes, quien por su parte tenía una facilidad única para meterse en problemas de los cuales solo podía sacarlo la meticulosa discreción de su amigo. Se necesitaban mutuamente, quizás, pero no lo sabían, pues en un acto de recelo defensivo nunca se permitieron abrir una puerta para indagar en los caóticos espirales de sus sentimientos. La explosiva cháchara de Dennis ocupaba casi todas las horas de sus viajes, evitando que Tristán pudiera poner atención a los corrosivos murmullos de su conciencia. Junto a Dennis había aprendido a vivir en el momento sin sentarse demasiado a reflexionar, quitándose la odiosa manía de sentir pena por su condición y sus víctimas. Aunque en breves destellos de cordura se asombraba de sí mismo, reconocía que le había tomado el gusto a ser un vampiro, pero ya se ha dicho, la melancolía era crónica en su naturaleza (tal vez por el peso de su nombre) y nunca pudo deshacerse del aire tímido que lo empujaba a los sombríos rincones del anonimato. ¿Era feliz ahora? Una pregunta desesperante a la que no sabría responder y tampoco él, se sentía bien pero en el fondo, algo le decía que la burbuja de jabón estaba pronta a estallar.
El mes de diciembre los descubrió en el noroeste de Rusia, sorprendiéndolos con las festividades navideñas. Con un tétrico sentido del humor se apropiaron en Nochebuena de la casa de una solitaria pareja de burgueses que tuvo la mala suerte de encontrarse con un par de vampiros hambrientos a la salida de un comedor de caridad. Y como el hogar era acogedor y afuera nevaba de un modo que hasta los no muertos consideraban jodido, decidieron quedarse ahí hasta que la furia del invierno comenzara a amainar.
-Pareces un niñito ahí mirando la ventana como baboso
Decía Dennis a Tristán, mientras se dedicaba a registrar el bar del anterior dueño de casa buscando una cerveza. Tristán solo guardaba silencio, sin dejar de mirar la blanca nieve que se dejaba caer como plumillas de ángel desde el cielo encapotado sobre el camino, sí, se sentía como cuando era niño (hacia tanto tiempo que le resultaba chocante tratar de recordar), aunque era más bien como el recogimiento sacro de un poeta ante la magnificencia de la naturaleza. Esa noche, cuando Dennis se disponía a salir a sus paseos usuales, Tristán se quedó en casa.
Esa noche, también, el humano se rebelaba contra la bestia. Tristán recorrió tranquilamente una a una de las piezas de la casa sopesando cada movimiento con pulcritud, se deleitó con las obras de arte moderno que decoraban los siúticos aposentos y hojeó los libros, dejándolos en el aparador inmediatamente porque no entendía ni jota (si es que alguno de esos símbolos malditos era una jota) del ruso. Siguió vagando por los pasillos, cada vez más confiado, con un entusiasmo entre infantil y científico por las pequeñas cosas que llenaban la vida de las personas normales, aquellas a las que había renunciado hacia más de dos siglos.
Entró a un pequeño cuarto equipado para ser utilizado como oficina. Había papeles y bolígrafos en el escritorio y Tristán recordó con honda nostalgia sus manuscritos abandonados bajo el colchón de su cama en el camerino de su teatro, su teatro… ¿Seguirían allí todavía aquellas páginas extravagantes, sus sueños empolvados? No pudo evitarlo, el pasado lo había acechado y atrapado, no podría seguir eludiendo sus viejas cruces.
Registró descuidadamente los cajones del escritorio y halló una llave que abría una puertecita en un aparador cercano, donde encontró varias botellas de buen vino francés con una copa de cristal… y un carboncillo que por algún descuido fue dejado allí sin que nadie le diera importancia. La primera copa la bebió lentamente mirando por la ventana, quería recordar, pero en su memoria todas las cosas antes de la conversión se volvían nebulosas. La segunda copa fue más rápida, sabía que no se iba a embriagar, lo cual no era muy reconfortante porque quería acortar esa noche lo más posible y sabía que Dennis iba a tardar (con tanta nieve ni siquiera se sabe cuándo es de día, decían las gentes). A la tercera copa de vino notó que aun llevaba el carboncillo en el bolsillo del chaleco y sin pensarlo demasiado se sentó ante el escritorio tomando un folio en blanco para comenzar a trazar unas tímidas líneas de negro grafito.
Cuando Dennis llegó encontró a su amigo rodeado de papeles arrugados y ensimismado en los bocetos de un retrato
-¿Sabes en qué fecha estamos, Tristán?
-Hay un calendario en el vestíbulo
Respondió el aludido sin levantar la vista de su trabajo
-Estoy preguntando si TÚ sabes qué fecha es hoy
-No lo sé
-¡27 de Diciembre de 1999!
Exclamó eufórico Dennis
-¿Y?
-¿Y? ¿¡Y!? ¿¡YYY!? ¡Se viene el cambio de siglo! ¡De milenio!
Tristán lo miró desconcertado
-¿No has vivido ya otros cambios de siglo?
-¡Ahah, Claro que sí, más de los que puedo recordar, por eso puedo dar fe de que son las mejores fiestas existentes! ¡Además es mi primer cambio de milenio!
-Oh… muy bien
-Así que tendremos que cambiar nuestras ropas, en cuatro días esta ciudad sabrá lo que es una fiesta con Dennis
-Muy bien
-¿Y tú que has hecho?... te ves concentrado…
-Descubrí que sé dibujar muy buenos retratos
-Oh… muy bien

Los cuatro días siguientes pasaron desapercibidos para ambos. Dennis iba y venía, como siempre, de bar en bar, de rincón en rincón, de cuello en cuello. Tristán se quedó en la casa terminando el retrato de la Ilusionista. No quitaba los ojos del papel en que el rostro de la mujer iba tomando forma entre las sombras grises del carboncillo, volvía a amarla al paso danzante del lápiz, retocando los trazos como si acariciara nuevamente la tersa piel. Se dedicó particularmente a modelar los ojos, grandes, vivaces, con aquél brillo mágico en sus pupilas negras (se asombró de la gran capacidad expresiva del dibujo, supuso que se debía a un aumento de su sensitividad después de muerto) y sus pestañas infinitas; luego fue el descenso recto de su nariz hasta llegar a los labios gruesos siempre en un rictus doliente y sonrientes a la vez, la barbilla delicada, el cuello elegante como el de un cisne personificado. Trazó extasiado las líneas del cabello, donde escondió el rostro para sentir su olor en aquella noche de gloria, las ondas alocadas, juguetonas desparramándose sobre los hombros y los senos, cabellos tan oscuros que devoraban la luz, dejando apenas algunos destellos blancos para el brillo.
-Muy bonita ¿Quién es?
Preguntó Dennis, mirando el dibujo por sobre el hombro de Tristán cuando él contemplaba ensimismado su obra al fin terminada
-Una ilusionista ¡Qué digo! Ella en sí misma es una ilusión
-Oh, como sea, vístete Tristán, la fiesta de Año Nuevo es en una hora
-¿Año nuevo? ¿Ya?
-Sí, amigo, pasaste cuatro días pegado a un papel… -dijo dándole un golpe en la cabeza-Seguro tienes hambre, habrá mucha comida allá…
-De acuerdo…

Los dos vampiros se vistieron adecuadamente para la ocasión y la época. Aunque Dennis se preocupaba de que su apariencia siempre estuviera a la altura de los tiempos, Tristán no terminaba de acostumbrarse a los frecuentes caprichos de la moda y se dejaba asesorar completamente por su compañero. Se trataba de una ocasión tan importante que Dennis compró las prendas y no las tomó de los cuerpos que dejaban en las calles para que el sol los convirtiera en cenizas, claro que el dinero para adquirirlas seguía siendo de los mentados finados, pero encontrar un atisbo de culpa en el corazón de tan encantador muchacho era más difícil que encontrar semillas de pino en el desierto.
Antes de salir, Tristán dobló cuidadosamente el retrato y lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
En el ambiente se respiraba un aire festivo, todas las personas convergían con sus mejores atavíos en el gran salón donde se llevaría a cabo la principal fiesta de la ciudad. Se hacían viejas tradiciones de año nuevo y los charlatanes hablaban del nuevo milenio, algunos con promesas de progresos súper-tecnológicos y otros presagiando horrores apocalípticos. No era la primera vez que nuestros protagonistas oían todas esas historias y tampoco eran los únicos que se encontraban en esa situación, sí, en aquel evento no serían los únicos vampiros.
Entraron como dos jóvenes comunes y corrientes cuando el jolgorio estaba recién comenzando. Se dirigieron inmediatamente al bar donde tomarían algo mientras pasaban revista con la mirada entre los asistentes, buscando a los elegidos para ser parte de la verdadera fiesta que celebrarían en la oscuridad. Dennis pidió cerveza para él y vodka para su amigo, esperaba su orden cuando se fijó en una agraciada joven que se abanicaba coquetamente con un panfleto de la fiesta lanzándole miradas furtivas y cediendo a sus impulsos como siempre se acercó a conversarle. Tristán lo ignoró, a diferencia de Dennis no le gustaba flirtear con su cena al menos que ésta diera los primeros pasos, para él sexo amor y cacería eran tres conceptos que difícilmente podrían mezclarse, de hecho, esto había ocurrido solo una vez y con fatales consecuencias. Pensando en ello, sacó el retrato de su bolsillo y lo contempló nostálgico, en toda la vida solo la había amado verdaderamente a ella, a la desconocida, a la asesina. Muchos sentimientos se fusionaban de tal forma que se volvía imposible tratar de darles nombre. Esa belleza era del mismo modo fatal causante de amores antológicos y odios viscerales
-Suzy…
Dijo una delicada voz a sus espaldas. Tristán se volvió sorprendido, la chica que le había hablado señalaba el retrato con desconcertada vehemencia. El vampiro reconoció inmediatamente los rasgos que la caracterizaban, la palidez casi azulada de su piel, la opaca profundidad de su mirada, los movimientos sigilosos del depredador. Estaba frente a una de los suyos, aunque a simple vista no lo aparentaba, por su cuerpo menudo, la enmarañada cabellera castaña que le caía sobre los hombros en rizos rebeldes, la sencillez de su vestido verde y su gesto distraído
-¿Qué dices?- preguntó- emm… ¿Hablas español?
-Eso creo…
Respondió la joven.
-¿Conoces a esta mujer?
Insistió, pero la muchacha ya se encontraba bastante lejos siguiendo divertida a un perrito faldero que deambulaba perdido por ahí.
Buscó en el aire el aroma de la vampira, no sería difícil reconocerlo, un olor personal mezclado con sangre seca, característico en su especie por la ausencia de transpiración y de algunas hormonas. Desplegando las certezas del cazador siguió el aroma con sigilo y ahínco, se paseó lentamente por el salón y los pasillos adyacentes que llevaban a los jardines y rincones donde algunas audaces parejas daban riendas a sus retozos. La fiesta alcanzaba su apogeo, pero Tristán se confundía con el mobiliario tratando de recuperar el sutil rastro entre tantos danzantes liberando endorfina. En eso alguien exclamó algo señalando el reloj que desde su posición reinante estaba a punto de dar la medianoche, con un júbilo colectivo comenzó la cuenta regresiva de los segundos
-…пять!
-…четыре!
-…три!
-…два!
-…один!
-¡¡с новым годом!!
La alegría eclosionó en un solo clamor, cincuenta botellas de champagne estallaron a un tiempo chorreando la espuma de la dicha y volaron a un tiempo una superlativa cantidad de fuegos artificiales que deslumbraron al público con sus destellos policromos. En otras circunstancias Tristán hubiese celebrado como todos los demás, mas en aquel momento sufrió un gran desconcierto al sentir unos fríos brazos apresando su cuello
-¡Feliz año nuevo!
Exclamó la vampira cuando Tristán volteó y se encontró con su rostro dulce y casi inocente.
-¡Tú!
-¿Yo?
-¿Conoces a la mujer de mi retrato?
-¿Suzy?
-¿Ese es su nombre?
-Tal vez
Tristán no alcanzó a asimilar ni responder al extraño diálogo, pues súbitamente otro abrazo los estremeció, ahora Dennis se adhería al saludo asiendo por los hombros a la pareja
-¡Otro siglo que le ganamos a la muerte!- gritó y luego se percató de que abrazaba a la desconocida- Hola, no nos conocemos. Soy Dennis
La muchacha sonrió como si recién descubriera su presencia
-¡Hola!- respondió y se volvió al otro vampiro apuntándolo hasta casi punzarle la cara- ¿Y tú?
-Tristán… ¿Cómo te llamas?
La aludida miró a su alrededor con expresión vacía y se fijó en el barman que preparaba una copa con tequila, jugo de limón y triple sec, sirviéndola con sal en la orilla de la copa y una torreja de limón
-…Margarita
-¿En qué andas Margarita?
Preguntó Dennis. La muchacha lo miró como si despertara de un letargo y entrara inmediatamente en otro, para responder al final con un hilillo de voz
-…No lo sé…
-¿Quieres venir con nosotros?
Se adelantó Tristán, para asombro de su amigo, que pretendía hacer la misma proposición. A ambos los intrigaba la naturaleza extraviada de la vampira
-Bueno

Es una extraña forma de iniciar una amistad, lo sé, pero ¿Qué más se puede decir? Las grandes historias prescinden de explicaciones. A partir de entonces un nuevo capítulo se abría para estos vampiros junto al nuevo milenio, pues desde esa noche los tres pensaron con más resignación que entusiasmo que sus historias se trenzarían para no desenmarañarse más…

Capítulo2: Dennis, máscaras de un carnaval eterno

Si la juventud, la lozanía y las falsas apariencias tuviesen una cara, ésa sería la de Dennis. Con su rostro redondo coronado por ligeros flequillos rubios, sus labios delgados siempre sonriendo como el gato de Cheshire y sus grandes ojos castaños capaces de pasar en un segundo de la inocencia a la travesura; Siempre fresco, siempre contento como una careta con su sonrisa petrificada en la flor de la existencia. Atlético y elástico, joven, hermoso… nadie se imaginaría que aquel encantador mozo fuera en realidad una antigua y certera criatura de la oscuridad. Pues sí, como supones, Dennis era también un vampiro, y uno de los mejores en su especie.
Todo había comenzado en un lejano día de carnestolendas, por aquellos tiempos oscuros que se pierden en las brumas de la leyenda, cuando las personas mendigaban algunos días de libertad a la Santa Iglesia para desatar en un carnaval sus deseos más mundanos. Dennis tenía veinte años y una alegría a flor de piel que encantaba a quien le conociera, nada más, o si poseía alguna otra cosa, con el tiempo la olvidó, pues para él la vida de verdad comenzó aquel martes de carnaval.
El sol acababa de ponerse sobre la ciudad y la multitud de personas que se encontraba celebrando y encendiendo antorchas para continuar la fiesta, los músicos animaban la jornada con alegres cantos al son de los cuales la gente danzaba liberando toda la endorfina reprimida en un año de mesura. En cada callejuela, en cada voz distorsionada por efectos de la cerveza, en cada pequeño espacio se percibía el júbilo desenfrenado y la exaltación de los instintos originales del ser humano. Dennis, contra lo usual, estaba consternado, sin poder participar de la juerga. Como cada año había llegado a la ciudad con el objetivo de disipar en una noche los ahorros de meses de trabajo, pero esta vez sería diferente por un encuentro fortuito que cambiaria su vida.
Lo vio en una callejuela sin salida, vestía completamente de negro y un antifaz del mismo color cubría parte de su rostro. Dennis lo supo de inmediato, no era la primera vez que se encontraba con aquellos ojos ambarinos y esa barbilla delicada, lo raro residía en que su aspecto seguía exactamente igual aunque habían pasado quince años desde la vez en que lo descubriera, también en la oscuridad rítmica de una noche de carnaval, con el cuerpo exangüe de una mujer con el cuello destrozado, y ahora, ahora lo comprendía todo.
Fue todo tan momentáneo, la visión que pasó como una estrella fugaz ante sus ojos dejándole el regusto de la certeza para perderse sutilmente, del mismo modo en que había aparecido, entre la muchedumbre exaltada. Dennis lo siguió abriéndose paso entre los gozosos bailarines, el corazón golpeándole el pecho, la ansiedad reservada para los que han vislumbrado el rostro de sus destinos. Se vio enredado en la danza de unas doncellas alegres con flores en los cabellos, las alejó de sí sin mirarlas, ahogado en aquella tormenta de máscaras quiméricas con facciones eternamente grotescas, maldiciendo por lo bajo al bufón de los cascabeles y el tipo con la careta de pájaro que discutían ¿o bebían juntos? Impidiéndole ver más allá entre las estrafalarias criaturas que habiéndose arrancado de las temerosas divagaciones de sus amos poseían los cuerpos de éstos y los obligaban a hacer lo que en otras circunstancias ni siquiera hubiesen aventurado a imaginar. El siseo de una capa al viento captó la atención de Dennis, siguiendo la negra silueta vaporosa, ya casi al alcance de su mano. Un gabán parduzco se le atravesó blandiendo una guadaña, algún tipo con macabro sentido del humor pretendía emular a la Muerte con su disfraz en aquella noche de jolgorio e invitaba a Dennis a compartir su danza loca, pero él lo empujó de un golpe, sin quitar los ojos de las anchas espaldas que ya se alejaban y la estela flotante de su capa. El joven se acercó a grandes zancadas, enfocando todo el fragor de sus años en aquella persecución misteriosa, él ya estaba cerca, lo tenía al alcance de la mano, no dejaría que la marea estúpida de los corrientes volviera a alejarlo de su objetivo, tan cerca, tan cerca, que el tiempo en una mala broma parecía dilatarse en el momento en que su mano se extendía, se posaba suave y segura sobre el hombro cubierto de fino algodón negro.

-Conviérteme
Susurró Dennis. Nunca su rostro de muchacho había exhibido tal solemnidad y convicción, tanto que ni siquiera se inmutó cuando se encontró por tercera vez con la mirada ámbar
-Conviérteme
Repitió un poco más fuerte, desasosegado por el gélido fuego con que era observado. Entonces el desconocido se iluminó con un sentimiento que podría haber sido agrado o lástima, pero que de todos modos se manifestaba con una ligera sonrisa.
-Ven conmigo

Fueron a un pequeño establo vacío rodeado de añosos árboles cuyas ramas enmarañadas no dejaban pasar la luz del sol a ninguna hora del día. Allí se sentaron entre el heno húmedo y podrido a conversar en torno a una pequeña antorcha antes de que el hombre vestido de negro efectuara su fatídica función
-¿Sabes lo que soy?
-¿Un vampiro?
-Bien
-Conviérteme
-No tengo hambre
-Por favor…
El vampiro le dio una larga mirada, profunda y sabia, pero en el fondo tan voraz como cuando se disponía a cazar
-Eres joven y apuesto ¿Por qué diablos quieres ser uno de nosotros?
-¿Me vas a convertir o no? Si no quieres me voy, ya encontraré a otro con más cojones…
-Espera
Dijo el vampiro sujetando su brazo para detenerlo. Dennis sintió cada tramo de su piel erizarse al frío tacto, pero no hizo ademán de retirarlo
-Vida eterna
Respondió el joven en tono forzado, el vampiro rió suavemente y no volvió a hablar esa noche. Arremangó la manga del jubón de Dennis hasta el codo y lo olió placenteramente, tomándose su tiempo en el deguste del canto divino del pulso sanguíneo bajo la piel, su cuerpo condenado a la sed eterna comenzaba a reaccionar en el roce de sus labios contra la muñeca palpitante del joven impasible hasta que ya no supo controlar más el instinto de su naturaleza.
La mordida fue rápida, Dennis dio un pequeño quejido de dolor y continuó observando impávido al vampiro beber la sangre que fluía en vigoroso caudal desde su propia mano hasta la garganta cubierta por la capa negra. Poco a poco la niebla se fue apoderando de sus ojos, hasta que estos se cerraron sin más. Dennis cayó con la delicadeza de un lirio y como tal fue acunado entre el forraje por su propio asesino.

Cuando Dennis se despertó, sintió súbitamente un vendaval de nuevas sensaciones físicas y emocionales que no sería fácil describir, por la complejidad con que se enredaban y mezclaban entre sí como los jirones de colores que se aprecian al observar a la luz un prisma de cristal.
-Bienvenido –dijo el vampiro que había estado velando su sueño- Ya eres un vampiro
-Gracias
-No es algo que se deba agradecer. Vamos, está anocheciendo y seguro tienes hambre
-Si
Salieron del establo y se encontraron frente al ocaso de la fiesta. Los siete pecados capitales y algunos otros improvisados en la noche anterior ofrecían a los escasos espectadores sobrios todo su esplendor; ladrones saqueaban las alforjas de aquellos que dormían la inconsciencia del alcohol, cuerpos semidesnudos entrelazados en las calles, mareas de vómito y otros fluidos atestaban con su hedor las ya de por sí apestosas calles y las máscaras se amontonaban en el lodo con sus sonrisas eternas burlándose de la degradante fragilidad humana. Pero Dennis no se sentía afectado, pues sentía en su interior arder el más intenso fulgor de la vida.
Junto al vampiro de los ojos color ámbar llegó hasta una de las salidas de la ciudad.
-Hasta aquí te dejo, muchacho
-Mi nombre es…
-No quiero saberlo. Nos despediremos y nunca más nos volveremos a ver
-¿No me darás ninguna lección previa? ¿Algo que debiera saber?
-No
El vampiro rió, el muchacho ciertamente tenía la simpatía a flor de piel
-Buenos, entonces adiós
-Adiós
Fue el vampiro mayor el que vio con nostalgia la espalda del muchacho. Dennis dio la vuelta y echó a andar sin volver la vista atrás, con la mente fija en el futuro y las nuevas sapiencias que debería aprehender con la misma avidez que tomaría la sangre de sus víctimas. Sonreía, porque ya era un vampiro y no habría vuelta atrás.

Aprender lo que fuera y nunca mirar atrás. Esa fue la filosofía de vida que llevó Dennis por las décadas y los siglos posteriores a su transformación. Inmortalizado en el esplendor de la juventud nunca le faltó la buena y efímera compañía en sus noches errantes, noches que para él siempre serían de carnaval. Recorrió los caminos solitarios sin seguir otro rumbo que el capricho de sus piernas incansables, refugiándose en los días, alimentándose por las noches en posadas y burdeles, eventualmente de los bondadosos carreteros que le ofrecían aventón o de residentes de casas de bien. Nunca su rostro apolíneo mostró la menor seña de dolor o culpa, pero detrás de aquella bella máscara… nadie sabría lo que se podría ocultar.
Transitó por los siglos como un feliz vagabundo. Conoció innumerables reinos, luego se embarcó como polizonte hacia tierras inexploradas y tras conocer el nuevo continente como la palma de su mano dejando detrás de sí la estela de su leyenda junto a otros vampiros como él, regresó a la vieja Europa, entusiasmado por los nuevos fulgores que iluminaban a París y, obviamente, el renacer del mítico carnaval de Venecia, vistió levitas y pelucas para brillar en los salones y beberse la sangre de una sociedad ebria de ostentación. En el siglo siguiente el mundo comenzaba a remecerse por una serie de cambios que crearon vórtices de acción en diferentes zonas, a donde Dennis llegaba extasiado para sentir en su pecho la pasión que embargaba los corazones de aquellos que se jugaban la vida en un ideal que él saborearía y luego dejaría para continuar su camino infinito en busca de otra ilusión que le entusiasmara por un tiempo más ¿Se sentía bien así? No me lo pregunten a mí.
Una noche las cosas cambiaron. Era una madrugada de otoño de 1875 y Dennis vagaba solo por una calle vacía en busca de un lugar donde refugiarse ante la salida del sol, entonces vio a un hombre sentado en la acera. Supo inmediatamente que era un vampiro, por un “algo” en su presencia, o tal vez por el cuerpo desangrado de la mujer que yacía a sus pies, y se quedó mirándolo con curiosidad.
Tristán no percibió la presencia de su observador, demasiado absorto en las tormentas internas que seguían agobiándolo. Habían pasado décadas desde la noche en que despertó convertido en un vampiro, pero seguía sintiendo la misma tristeza desgarradora de entonces, que se manifestaba al exterior como el halo taciturno que había llamado la atención de Dennis.
Cada noche se levantaba y mataba a alguien sin consideración, gozando con la sangre derramada, roja y maravillosa sobre la palidez sepulcral de su piel, con un afán desesperado por recuperar en aquellas venas latientes la vida que ya no encontraba en sí mismo, para luego arrepentirse y cerrar con afectación los ojos de la víctima. Cada noche, asimismo, se sentaba junto a la ventana esperando la luz del sol que benefactora lo librara de la condena de una inmortalidad involuntaria y se retiraba cuando veía los primeros rayos, en un instinto de supervivencia que después maldecía a gritos en su pequeño y oscuro refugio. Ésa era su angustiante rutina, pero ese día estaba dispuesto a ponerle fin sin oportunidad de flaquear, pues en la acera no tendría escapatoria.
En eso estaba Tristán, esperando penitente la luz purificadora que le diera el descanso, cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. Parecía apenas un muchacho, pero sabía por alguna desconocida razón que en realidad era otro vampiro. Dennis vencía sus propias dudas para acercarse a un compañero afligido, pese al peligro del amanecer.
-Hola, ¿que tal?
Saludó nerviosamente Dennis, atisbando de reojo el horizonte. Solo recibió de respuesta una mirada sarcástica
-No se si sabes, pero el sol ya va a salir…
-Tal vez quiero ver un lindo amanecer
-No seria lindo si lo ves con esa cara de amargado que traes
Nuevamente recibió una fría mirada como respuesta.
-Vete, el sol esta por salir
Añadió Tristán
- ¿Por qué tanto empeño en morir?
-Porque ya morí
-¿muerto? todavía hay sangre en tus venas ¿no? tu corazón late de un modo distinto, niñito. Estás “no vivo”, pero tampoco muerto
-¡¿Niñito?!
-Estás amurrado. Sentándote ahí y esperando a que el sol acabe con tus problemas inexistentes… eso haría un niñito
Tristán miró a su interlocutor, parecía menor, pero en su voz había tanta fuerza y seguridad que, sintiéndose tal y como una criatura, quiso refugiarse en la lozanía del desconocido… aunque ya no confiaba en extraños.
-Ya, párate y ven.... niñito
El melancólico vampiro obedeció en silencio. La aurora avanzaba gris y amenazante alumbrando quedamente los tejados a su paso. Dennis recogió del suelo la sombrilla que la mujer muerta aun apretaba en su mano y la abrió a su espalda mientras apuraba el paso junto a su nuevo amigo.
-Ya me dirás por que tan amargadote... ¿una cerveza? Conozco un bar donde no entra la luz en todo el día…
-Prefiero el vino… cabernet sauvignon
-Como sea…
-¿Cómo te llamas?
-Ja, pensé que no lo preguntarías nunca. Dennis ¿y tú?
-Tristán
-Muy acorde: Tristón
-Tristán
-Tristón, el vampiro suicida… HAHAHAHA
Detrás del minúsculo escudo de seda se les venía encima la fatídica luz del día, pero ya no se preocupaban por eso, eran dos vampiros mirando hacia adelante y aunque solo veían sombras, se sintieron mejor.
No lo sabían en ese momento, pero aquel amanecer traía consigo el comienzo de una bizarra amistad.

Capitulo 1: Tristán, el precio de una ilusión

Si alguien le viera caminar por la calle bajo la luz de los postes, ni por travesura de la locura que suele insuflar ideas excéntricas en las mentes cuerdas, se imaginaría que aquél hombre era una de las terribles criaturas que el imaginario popular llamó vampiros. Sería tal vez por su lento andar encorvado y su mirar melancólico, característico de los solitarios, o por su aspecto tan corriente que le daba el don de mimetizarse entre las multitudes pasando absolutamente desapercibido. Era pues un hombre de mediana edad, alto y delgado como un boceto de Giacometti, melena lisa y oscura atada descuidadamente tras la nuca y ojos claros, como se ha dicho, que evocaban tiempos pasados y parecían devorarlo todo con un afán de vencer la distancia entre su pequeña isla y el gran mundo de los demás. Era, pese a todo, un vampiro y se llamaba Tristán.
El pasado de Tristán, por aquellos tiempos anteriores a que un par de marcas en su cuello le llevaran a necesitar alimentarse de sangre humana, se pierde en la niebla de lo ignorado, por lo menos hasta su adolescencia, cuando apareció por primera vez ante la bohemia de una ruidosa ciudad en pleno siglo XVIII, enarbolando sus tiernos dieciocho años junto a los actores de la compañía teatral Crépuscule d'embouteillage.
Tristán pasó el resto de su adolescencia muy a su pesar interpretando papeles femeninos junto a la compañía, debido a la delicadeza menuda de su cuerpo, hasta que en un ensayo de Sueño de una noche de verano el director de la compañía oyó a una de sus hadas sacar voz de macho y todos comprendieron que el chico se había vuelto hombre. Así Tristán dejó de ser aprendiz y pasó a ser un actor que en breve llegó a ser reconocido en el ambiente por el ímpetu estremecedor con que se internaba en sus personajes hasta el punto en que se hacía difícil reconocer la diferencia entre actuación y realidad, llegando a protagonizar las mejores obras de moda. Fue ése el período de esplendores en que el joven artista conoció lo que serían las grandes pasiones de su vida (y no vida): el buen vino, la confección de extravagantes máscaras con yeso y pinturas de colores y la composición de guiones teatrales, cada cual más extraño que el anterior, que nunca verían otra luz que la exigua vela de su cuartucho sin ventanas, cosa que en verdad nunca le importó.
Pero la felicidad siempre es pasajera, o así lo ha pensado desde siempre él. Un día su paz y estabilidad se fueron a la cresta por culpa de un malentendido que algún día relataré. Tuvo que dejar la compañía que le había visto crecer y sin más bien que un bastón y una maleta con algunas máscaras de su propia creación, chucherías varias y algo de ropa, con menos dinero que sonrisas y sueños como mariposas, es decir, multicolores, estúpidas y con una esperanza de vida de un día a lo sumo.
A duras penas, en parte por la lástima de sus amigos y en parte porque la decadencia social de la época inflaba toda iniciativa de la que pudieran extraerse burlas o chismes, Tristán sacó adelante su propio teatro. No era un gran teatro, de hecho, era más bien pequeño… a quien miento, era ínfimo, un simple galpón abandonado donde instaló algunas viejas butacas y un escenario con telones color rojo bermellón, pero que gracias a un grandilocuente sentido de estética logró aparentar la exclusividad que él pretendía. El Salón de los Delirios, según lo bautizó el mismo Tristán, comenzó a atraer a las más diversas clases de espectáculos y con ello a curiosos espectadores que buscaban un lugar diferente que les ofreciera una propuesta única, lúdica y creativa para satisfacer las carencias de sus aturdidas imaginaciones
Operetas censuradas, coloridas farsas, sombras chinas, charadas y variedades poblaban todo el tiempo los enmohecidos tablones del Salón de Delirios de Tristán. También su vida se llenó de nuevos matices, bebiendo en largos tragos el agridulce licor de la libertad, entre artistas y aficionados. Nunca gozó de demasiado dinero, alimentándose lo mínimo por invertir en los espectáculos que exhibía su amado teatro y en los manuscritos que aunque se amontonaban ociosamente bajo su cama, eran su máximo tesoro. Era, por así decirse, un hombre feliz, si es que esto era posible en alguien como Tristán, casi predestinado a padecer una melancolía crónica digna de navegante y vagabundo, de vividor bohemio y artista pobre.

Una noche llegó a la puerta de su cuarto (que era también el camerino del teatro) una mujer poseedora de un aire exótico que decía llevar tiempo buscándolo. Tristán la recibió medio adormilado por el vino y las trasnochadas, pero entre las brumas de la resaca reconoció que se trataba de una hermosa dama con un “algo” especial que la hacía particularmente fascinante, peligrosamente, diría yo. Nunca supo su nombre, tampoco su origen, lo único que logró extraer esa noche de sus encarnados labios fue un oficio y una proposición
-Buenas noches. Soy ilusionista, quisiera presentarme en su teatro
-Por supuesto, mañana estará bien
La mujer le dedicó una sonrisa adamantina que para Tristán fue una verdadera llamarada incendiando sus fibras
-Entonces nos vemos mañana por la noche
Dijo en un ronroneo y se fue. Tristán cerró su puerta dudando si lo sucedido había sido real o solo era una broma de su estrambótica mente. Solo se aferraba a una certeza: acababa de enamorarse.
A la noche siguiente, apenas se había puesto el sol, Tristán sintió nuevamente el golpear en su puerta y la figura anhelada se dibujó en la penumbra vestida al modo circense con abalorios brillantes y tocados de plumas, en su mano izquierda llevaba un baúl con los artificios de su espectáculo.

-Bienvenida. La estaba esperando- dijo nerviosamente Tristán, haciéndola pasar a su cuarto de soltero- Se presentará al final de la jornada ¿le parece bien?
-Bueno, el último número suele ser el mejor
-Ahora, si me permite quisiera saber algunas cosas. Su nombre artístico, sus antecedentes, su precio…
-Llámeme solo La Ilusionista. Mi pasado es una vorágine que no vale la pena explorar y el precio de mi espectáculo… por hoy, es gratis. Necesito darme a conocer antes de plantear un valor
-Comprendo, Srta. Ilusionista ¿Le apetece una copa de vino?
La mujer sonrió.
La presentación de la Ilusionista fue sencillamente grandiosa. No podría dar con los epítetos correctos para describir la calidad del espectáculo y tampoco los asistentes, que apenas podían cerrar sus pasmadas bocas y atinar a aplaudir las ilusiones inverosímiles que la misteriosa mujer hizo realidad en el pequeño escenario. Trucos increíbles con espejos, partición por la mitad de voluntarios que después aparecían unidos de nuevo, animales que en minutos caían convertidos en papel de seda, levitaciones y transmutaciones de objetos que eran una verdadera afrenta a las leyes de la física, formaron parte del mágico sueño que la Ilusionista compartió con los pobres e ignorantes espectadores, sin perder ni en un minuto su sonrisa felina.
Cuando terminó su turno, una tormenta de ovaciones estremeció los cimientos del teatro, por parte de un público que parecía estar despertando de un trance. La Ilusionista bajó del escenario por la parte de atrás encontrándose con el más sorprendido de sus admiradores, Tristán
-¿Podría darme una copa de vino, Monsieur?
Tristán reaccionó torpemente sirviéndole lo solicitado. Tenía la urgente necesidad de decirle todo lo que pensaba y sentía, pero las palabras no acudían a su boca y en cuanto intentó formularlas se quedó frente a ella sobrecogido como un niño, por lo cual la dejó para ir a despedir a la concurrencia mientras se le disipaba la turbación.
Tanto se distrajo en el acto banal de cerrar el teatro, que no se percató que la única persona que no había salido por esa puerta era precisamente la mujer Ilusionista, pues ésta lo esperaba en su cuarto. Cuando Tristán entró a su habitación y la vio allí, tendida en su cama en todo el esplendor de su desnudez, no cupo espacio alguno para las palabras ni para el asombro, sintiendo que el sortilegio de ese misterio era lo más natural del mundo y dejándose llevar por el cierzo de las circunstancias.

Tristán y la Ilusionista desconocida se amaron como nadie en el mundo lo podría imaginar, solo tal vez una prostituta boxeadora, con la pasión y el embrujo onírico de lo más primigenio del alma humana, del modo en que debieron haberlo sentido la primera pareja, Adán y Lilith, el los albores del tiempo.
En cierto momento, Tristán sintió el suave contacto de los labios de su amada en el cuello, que luego se convirtió en un intenso dolor. Lo siguiente que vio, antes de perderse en las brumas de la inconsciencia fue el rostro sublimado de la mujer en una mueca magnífica y terrible de depredadora, con los labios empapados de sangre, Su sangre. Luego se hizo la oscuridad.

Abrió los ojos lentamente, desconcertado. Un frío desgarrador corroía sus entrañas desde lo más hondo. Bastaron unos segundos para recordar lo ocurrido, pero el proceso de comprenderlo sería mucho más lento. Imaginó la escena en la que se encontraba vista desde el exterior, su cadáver desnudo sobre la cama revuelta, su soledad estremecedora, su sangre salpicada en la habitación; se sorprendió al pensar en sí mismo como cadáver, pero no podía moverse y entrar en el pánico en que quería estar (para asegurarse de que aun vivía), estaba extenuado, tenía hambre, pero no era esa ansiedad básica por comer, su apetito abarcaba cada parte de su cuerpo, era una extrema necesidad de Vida, sí, de sentir en su cuerpo vacío fluir la vida de otro ser humano. Tristán se excitó al pensar en la sangre de otra persona derramándose por los cuellos desfallecientes, su cuerpo reaccionó súbitamente contra su voluntad, algo en su interior se rebelaba, había una nueva fuerza en sus extremidades amenazando con tomar el control de su persona. Respiró hondo para serenarse y comprobó que no necesitaba del aire, lo que lo atormentó aun más que sus nuevos instintos. Una palabra llenaba su mente insistentemente, agobiante, desesperante, hasta que no lo pudo aguantar más y comenzó a musitarla una y otra vez, como queriendo sacarla de sí mismo

-Vampiro… vampiro… vampiro… vampiro… vampiro…
Había oído y leído historias de las criaturas de la noche que necesitaban de la sangre para continuar en el estado de no muertos que les otorgaba la vida eterna, pero desde luego que no las había creído, pronunciando alguna broma acerca de ellas, nada más ¿Cómo iba a imaginarse que la encantadora mujer que había llegado a su puerta era una criatura de mito? Se sentó sobre la cama con una intensa desolación. Esa mujer, de verdad la había amado y aunque ahora supiera que ella se había marchado llevándose su vida (nunca más literal), dejándolo convertido en un monstruo huérfano, seguía deseándola. Era el rostro de la muerte y el rostro de la magia, nunca podría olvidarla, aunque solo supiera de ella el oficio y la condición.
Un golpe en la puerta lo sacó súbitamente de sus cavilaciones, con esperanza pensó que era ella y anunció con fingida serenidad que entrara. Pero no era quien esperaba, sino su amigo Henri, un estirado pianista que a veces animaba con su música los espectáculos por unas monedas.
-¡Tristán, amigo mío, qué sucedió!
Exclamó el músico abochornado por la escena. El aludido sonrió amargamente, comenzaba a embargarlo una leve sensación de desprecio hacia el hombre que se encontraba azorado frente a él
-¿Estuviste bebiendo? ¿Qué pasó, Tristán?
En dos movimientos, Tristán se posicionó frente al músico con la mirada encendida, Henri sintió un escalofrío recorrer su espalda y quiso huir sin saber el motivo, pero no alcanzó pues antes de que asumiera que definitivamente algo raro le sucedía a su amigo, éste ya mordía con bestial avidez el cuello que se abría como un rojo tulipán de vida menguante, con sus recién descubiertos colmillos y quebrando simultáneamente los huesos de las extremidades que forcejeaban en un último instinto de supervivencia. Hasta que solo hubo silencio, era el silencio casi palpable de la muerte.
Tristán pasó el resto de la noche sentado junto al cuerpo, por si volvía a la vida como él, aunque lo dudaba porque aquello que velaba estaba más cerca de parecer un estropajo ensangrentado que un cadáver. Su mente estaba tan golpeada que ni siquiera podía asimilar todo lo que se le venía encima, sumida en una impenetrable oscuridad.
De los muertos ojos de Tristán comenzó a fluir un llanto invisible, mas no lloraba de culpa por asesinar a su amigo, lloraba por sí mismo, porque era un vampiro y no había vuelta a atrás.